La ventana
Luis Carlos Peris
Diferencias con la gran riada de 1957
Nada de lo escrito en las nueve primeras páginas de este cuadernillo de Deportes, ninguna de las piezas deportivas más nobles de nuestra página digital en la noche del domingo y del posterior lunes, tendría que haber visto la luz. El mundo del fútbol profesional, y los informadores a su rebufo, tendríamos que acompañar en el dolor a las miles de familias con un paso más comprometido que un crespón negro o un sentido minuto de silencio.
No podemos llenar estadios y gritar goles, renovar nuestra pasión por un escudo y recordar lo hermoso de esta vida en comunión, compartiendo una pasión, cuando tenemos la macabra certeza de que no son uno, ni dos, ni diez los cadáveres ocultos entre un amasijo de metales de una superficie imposible de abarcar en el más profundo y riguroso de los telediarios.
“El mejor mensaje no es parar, es seguir todos en nuestros puestos de trabajo”, defiende Javier Tebas. Y en su aparente ánimo de resiliencia reposa un doloroso cinismo. Lo digo yo y lo refleja la unanimidad con la que ha reaccionado el colectivo de entrenadores del fútbol profesional. Difícil un quorum semejante. La jornada debió suspenderse. Y punto.
Las fotos de la reacción del pueblo ante la visita institucional a Paiporta parecen pinturas goyescas: el sueño de la razón engendra monstruos y toda esa gente que lleva días sin luz, agua potable, con la vida hecha escombros, actúa desde lo más hondo de sus vísceras. Y con razón. Ni siquiera una figura de respeto mayoritario, como es Felipe VI, se salvó de la espontánea reprimenda. Claro que la gente de todas esas localidades valencianas rotas y ahogadas no tiene medio pase. El país no se va a paralizar por la tragedia, tenemos que seguir con nuestra laboriosa rutina, pero el fútbol es un potentísimo difusor emocional y no se pueden cantar goles mientras reposan tantos cadáveres en morgues... o sumergidos. Qué monstruosa sinrazón.
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