La ventana
Luis Carlos Peris
Realidad tras unos sueños infundados
Es indiscutible que somos biológicamente diferentes. Eso no significa que no podamos complementarnos y por supuesto que seamos iguales ante la ley y ante las necesidades sociales, laborales, familiares, personales … en definitiva, que seamos iguales como personas. Sin embargo, esa biología diferente no sólo lo es desde el punto de vista genético, sino que también nos diferencia a nivel emocional.
Tras más de 20 años trabajando en una consulta de Atención Primaria, mi experiencia me ayuda a comunicarme de diferente manera con los pacientes y eso, como no, implica también el género. El objetivo que me marco en la consulta es comprender las necesidades del paciente, pero también que el paciente comprenda las mías como profesional, que consigamos llegar a una comunicación fluida y empática de forma bilateral con el único objetivo de mejorar su salud. Y eso lo hago con un registro diferente en función de la persona que me escucha.
Las mujeres en el área de la salud vamos más allá de nuestras necesidades y pensamientos. Somos cuidadoras desde la prehistoria y eso ya no sólo es nuestra inercia, sino que va más lejos y llegamos a anteponer el cuidado de los demás al propio nuestro. Algunas incluso se abandonan y hay que recordarles con cuidado y con cariño la importancia de cuidar al cuidador.
Estudios científicos en España nos arrojan datos escalofriantes sobre el consumo de ansiolíticos e hipnóticos confirmando que es más del doble en las mujeres que en los hombres, y esto ocurre para todos los rangos de edad y en todas las Comunidades Autónomas. A pesar de la importancia del problema, son escasos los estudios que exploran los determinantes sociales del consumo o los factores sociales que pueden incrementar el riesgo de consumir psicofármacos.
Profundizando en el tema que me lleva a escribir este artículo, y por ser una enamorada de la medicina y la comunicación, creo firmemente que la base de nuestras diferencias entre género radica en la educación, y en la forma de comunicar nuestras emociones. La educación está cambiando gracias a muchas mujeres antecesoras nuestras que han trabajado para cambiar esta sociedad y por supuesto a las que lo seguimos haciendo educando a nuestros hijos e hijas en valores y en la igualdad desde el respeto sin odios de ningún tipo. También hay muchos hombres luchando porque eso sea una realidad, si no fuera así seríamos una sociedad fracasada.
Con respecto al factor diferenciador, que es la forma de comunicarnos, es curioso evidenciar que los hombres y las mujeres se expresan de diferente forma al explicar sus síntomas hasta el punto de que esto podría interferir en el diagnóstico y en la prescripción posterior de medicamentos. Los hombres expresan la ansiedad o la angustia como síntomas de irritabilidad e indecisión, sin embargo, las mujeres tenemos más facilidad para identificar esa inquietud interna y manifestar síntomas como el estado de ánimo deprimido, y además socialmente tenemos más permitido el llanto, algo que nos permite expresar el dolor físico y el del alma.
Por otro lado, las mujeres hemos sido educadas para cuidar, para reconocer la presencia de enfermedad en nosotras y en nuestro entorno, y para acudir a los profesionales de la salud más que los varones. Esto ha supuesto una mayor hiperfrecuentación de la mujer a los servicios sanitarios que se ha podido interpretar erróneamente como una mayor morbilidad en lugar de como una mayor predisposición a acudir a la consulta. Eso unido a que se nos ha atribuido una imagen de fragilidad durante mucho tiempo, y de ser más susceptibles a padecer alguna alteración nerviosa, ha hecho que los profesionales sanitarios adquieran con nosotras un rol paternalista.
Pero estas cosas también están cambiando. Hoy en día las profesionales sanitarias somos mayoritariamente mujeres, sobre todo en algunas especialidades como la medicina de
familia. Las mujeres tenemos un sexto sentido en la comunicación no verbal y en una profesión como la medicina y la enfermería donde también somos cuidadoras, somos especialmente potentes interpretando síntomas y sentimientos y pudiendo así ayudar, orientar, gestionar la vida de nuestros pacientes desde el punto de vista de la salud y prescribiendo realmente cuando es necesario intentando evitar la medicalización de la vida a la que nos empuja la sociedad.
Sin embargo, queda mucho por hacer. Las mujeres somos nuestras peores enemigas, exigentes con nosotras mismas en todos los ámbitos y no permitiéndonos muchas licencias en muchos momentos vitales. Las profesionales sanitarias somos sensores de situaciones difíciles en las familias, indistintamente de quien venga a la consulta como no puede ser de otra manera, y poco a poco vamos rompiendo temas que siguen siendo tabúes reminiscentes, aunque demos una apariencia de sociedad moderna. Y somos especialmente canalizadoras de salud mental. Somos tribu y ese es el camino que tenemos que seguir.
Hace unos meses les puse a mis amigos y familiares un ejercicio para que me definieran en 5 palabras y realmente me sentí afortunada de que una de las palabras que se repetía era MUJER con mayúsculas decía alguno. Me siento orgullosa de ser mujer y con mayúsculas. Pienso que todas nos tenemos que sentir orgullosas de ello y expresarlo cada una a su manera, pero siempre con satisfacción y con ilusión de seguir avanzando en nuestra demostración de lo que somos: trabajadoras, cuidadoras, incansables, orgullosas, ilusionadas, felices … Mujeres. Ni más ni menos.
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