Visto y Oído
SoniaSonia
Cuando nacimos hace 25 años elegimos a Manuel Chaves Nogales como padrino, representado en el acto de presentación de Diario de Sevilla en el Alcázar por sus hijos, en cabeza la gran, querida y recordada Pilar Chaves Pérez, la española inglesa. Con el primer número se obsequió la edición facsímil de La ciudad. Era una forma de presentarnos a Sevilla. Como lo fue que el coleccionable que ofrecimos en nuestra primera cuaresma fuera Palabra de luz, con textos de Joaquín Romero Murube y fotografías de Luis Arenas. Otra forma de presentarnos, complementaria de nuestra primera exposición, Juan Manuel, el genio de Rodríguez Ojeda, la mayor y más rigurosa que sobre la Semana Santa y sus artes se haya hecho.
El exilio exterior de Chaves Nogales y el interior de Romero Murube: dos de los grandes nombres de la edad de plata de la cultura española y sevillana, dos formas distintas pero complementarias de pensar la ciudad desde el mundo y el mundo desde la ciudad. Si a ambos suman el suplemento cultural editado en nuestros primeros años tendrán una idea de lo que la centenaria empresa editora del Grupo Joly –Diario de Sevilla nació como una rama del hoy frondoso árbol del Diario de Cádiz que plantó en 1867 Federico Joly Velasco– pretendió con la creación de este periódico. Fuimos ambiciosos, sí. Pero es sabido que más vale apuntar alto y no lograrlo que apuntar bajo y acertar. A los lectores, un cuarto de siglo después, corresponde decidir si lo hemos logrado.
En los primeros, intensos, apasionantes, años de vida del periódico, gentes de ideologías y, lo que es mucho más importante, de ideas distintas confluimos en sus páginas coincidiendo en el talante genuinamente liberal, en el más gaditano sentido de la palabra, y sometiendo a juicio nuestro gusto a través del diálogo, que para eso sirve la estrecha convivencia de la tarea común en todas las áreas, pero quizás más en la de cultura –juicio del gusto llamó Kant a la estética–, de una redacción de periódico.
En cuanto a mí, durante veinticinco años, además de ejercer el oficio de crítico de cine que me enseñó mi padre, he escrito a diario en La ciudad y los días –título que tomé de Los placeres y los días de Proust, que a su vez lo tomó de Los trabajos y los días de Hesíodo– sobre Sevilla y el mundo visto desde Sevilla. Con una libertad que me ha permitido abordar la dispar trama de las cosas que tejen los días como Ocnos trenzaba los juncos que su asno se comía, que ya dijo el maestro de periodistas Walter Lippmann, para bajar los humos de sus colegas, que el periódico de hoy envolverá el pescado de mañana. ¿Y saben una cosa? Esto es lo más hermoso de este oficio: nacer, morir y volver a nacer día tras día.
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