José Antonio Fernández Cabrero

El Señor de los dudosos

29 de marzo 2025 - 03:09

La duda construye la heroicidad del ser humano. Nos fortalece debilitándonos como el crisol funde el hierro para que después se solidifique. Es bueno sentirse débil y vulnerable, tan despojados de seguridades artificiales que ya sólo podemos asirnos a las certezas esenciales, esas sobre las que podemos dar un sentido a nuestras existencias. Porque la duda es un fabuloso motor de cambio para el hombre siempre y cuando la enfrente sin miedos y desterrando ese imperativo de la sociedad actual para que vivamos con seguridades volátiles.

Ponernos en duda significa disponer todas nuestras capacidades para vencerla, activar una potencia humana inmensa que nos abre a buscar respuestas y a conocernos mejor a nosotros mismos; a trascendernos, en definitiva. El Señor maniatado al que sigo hizo 217 preguntas según los evangelios, 111 a sus discípulos y una directa al propio Dios. Para nada pretendía atemorizar con sus preguntas, más bien ponía a los interrogados ante un espejo para que cobrasen conciencia de sus endebles certitudes y comenzaran un nuevo camino en busca de la verdad. Algo que el gran Antonio Machado condensó en su famoso aforismo: “Tu verdad, no; la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. A esto nos invita mi Cristo de la Sentencia, a no creer que la duda es el borde del precipicio sino la puerta de acceso a certidumbres superiores, que nos harán aún más humanos y acrecentarán nuestra sed de buscar la Verdad.

Al contemplarlo en su paso cada Madrugada, le veo como una majestuosa duda, digna y no vergonzante, en medio de certezas espurias y de verdades particulares y férreas de quienes le están condenando. Sólo una duda rompe este monolito de seguridades, la de Claudia Prócula, que implora a Pilato que abandone su convicción de funcionario del imperio para abrazar la compasión y la misericordia, propias del imperio de los hijos de Dios. Seguramente que al Señor de la Sentencia se le llenan las entrañas de ternura al escuchar a esta mujer que afronta su duda como una oportunidad para la vida. Ese ruego de Claudia simboliza la posibilidad de construir una heroicidad humana sobre los cimientos de las dudas, apuntalando el edificio con las verdades incontestables que anidan en nuestra alma: la paz, la justicia, la bondad, la belleza y el amor. Con ellas en nuestra mochila, estaremos avituallados para afrontar la escalada hacia la Verdad, que seguramente será dura y llena de obstáculos, pero que bien nos merecerá la pena.

A confiar nos educa el Señor de los macarenos. A pesar de sus dudas, sigue confiando en la palabra del Padre, que es más poderosa que todo aquel dolor, tristeza y soledad que desollan sus manos e hieren su frente. Claro que duda en este trance nuestro Cristo; y aún más claro está que sigue confiando en la salvación del hombre. Si su duda no fuera respondida por ese Entrecejo donde se acunan las promesas cumplidas de Dios, este pasaje sería el más terrible de todos: la sentencia de la duda insalvable. Dudar es empezar a esperar.

Un misterio inefable que alguien que le conocía muy bien, el genial Miguel Loreto, explicó con esta frase: “Si ustedes no habéis visto a Dios esta noche, es que estáis ciegos”.

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