Manuel Campo Vidal
Valencia: además, catástrofe comunicacional
La medrosa y corta cesión de Agoumé a Álvaro Fernández sucedió en apenas un segundo, el que le bastó al vivaracho Cissé para colársele. Pero ese fugaz instante contuvo todo un trienio, que es el que lleva el Sevilla Fútbol Club dando unas camballás en Primera que a ver dónde lo llevan este mayo. O el siguiente mayo. O el siguiente.
El toque de Agoumé, con el pie encogido y como pidiendo perdón, retrató a un equipo menguante, a un club desnortado donde los incompetentes ejecutores cada vez tienen más impunidad para mirar de reojo y cometer otro desmán. Les salen rentables aun soportando las miradas de desprecio, cuando no odio acérrimo, de los sevillistas cuando ocupan sus sitios en el palco o en asientos aledaños. Claro que les sale a cuenta.
Normal que los once miembros de ese equipo invertebrado que es hoy el Sevilla conviertan en enemigo directo al más ruinoso que se tope por el camino. Normal que si faltan tres o cuatro de los cinco o seis jugadores medio dignos que quedan en la plantilla, una Real Sociedad gripada gane en Nervión sin meter la cuarta marcha. La afición del Leganés, hasta el penalti, apenas se había llevado a la boca tres gotitas de fútbol de su equipo en la fría grada de Butarque. El empate a cero era el botín máximo. Y de repente, el propio Sevilla le abrió el cielo con las uñas.
Esa cesión de equipo que no va de verdad y que especula con una horizontal circulación de balón atrás no debió suceder si el Sevilla fuera un club medio organizado, con un director deportivo medio competente y un consejo medio responsable. Porque con esas tres premisas, Agoumé (o Pedrosa, o Iheanacho, u otros) no se hubiera atrevido a soñar con ser el pivote defensivo de un equipo tan habitual en la Champions durante los últimos años. Y menos, previo pago a su club de origen de 4 millones de euros por la mitad del traspaso. Sí, esa cesión corta de apenas un segundo retrata un trienio de clamorosa incompetencia.
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