Visto y Oído
SoniaSonia
Llega la Cuaresma y Sevilla se llena de colores y olores, -ya sé-, es un tópico anejo, pero realmente ocurre así. La ciudad se transforma con algarabía. Es como una explosión de sensaciones, donde también se perciben nuevos sabores característicos de esas fechas, la Semana Santa. Este despertar de sabores tiene un claro matiz femenino que generación tras generación ha sabido mantener y algunos se han industrializado, perdiendo los matices gustativos más puros y verdaderos de nuestra cultura. Aún recuerdo esos olores de mi antigua casa del barrio de San Román, donde mi madre en la vieja cocina guisaba todos los manjares típicos de la Semana Mayor para el Jueves y Viernes Santo no hacer nada de comer, que eran días "santos". En la cocina se escucha una radio al fondo, una vez elaborados los diferentes guisos se iban colocando en unas bandejas de la vajilla de los días especiale, que se dejaban luego en el comedor. Sobre la tapa de mármol del noble aparador de madera iban apareciendo diversas bandejas de viandas guardando la vigilia: bacalao con tomate, espinacas con garbanzos, bacalao frito o rebozado en huevo, pavías, ensaladilla y los ricos postres: arroz con leche, torrijas y pestiños. Era todo un deleite ver aquellas bandejas repletas de manjares que conforme iban llegando invitados o familiares se iban gastando y por obra de magia aparecía otra bandeja repleta. Qué maravilla de convivencias se hacían en esa vieja casa, cuántas vivencias y tertulias entre cofrades, como se vivía y se respiraba cada Semana Santa.
Sin dejar atrás la habitación donde estaba la túnica de nazareno y los vestidos y abalorios de mantilla. Todo era un escenario que se repetía año tras año en un bello ceremonial de preparación.
Vayan estas líneas como homenaje a esas mujeres que generación tras generación han transmitido estas bonitas costumbres que forman parten de nuestra cultura andaluza y vivencias.
También te puede interesar
Lo último