21 de septiembre 2024 - 03:06

El showrunner Carlos Montero halló su filón definitivo en el colegio de Élite, un conglomerado humano de pulsiones juveniles que daba pie a todo, sublimación del culebrón, que deleitó a un público global de Netflix. Unos seguidores que aceptan todas las reglas del juego de los personajes, sin importar la hipérbole o lo inverosímil. De hecho son dos premisas del buen cine de palomitas, y de las series que se consumen con glotonería: no importa que el espectador se plantee si lo que está viendo es posible o plausible. La ficción si no hace sentir y pensar, que al menos haga cosquillas. Que se pase un buen rato con ellas. O, en este caso, un buen mal rato.

La serie de hospital Respira, continuación de Montero por derroteros similares a los de su instituto privado, tiene toda la materia prima de las antecesoras, incluida la intervención de Manu Ríos, aquí como un improbable médico. Blanca Suárez es una increíble (porque es difícil creerlo) jefa de doctores o Najwa Nimri es una presidenta valenciana que es el crossover entre Esperanza Aguirre y Díaz Ayuso. Borja Luna interpreta a la némesis sindicalista de la presidenta, con su carga de atracción sexual pertinente, claro.

La historia se ambienta en un hospital valenciano, con ciertos localismos que, con paradoja, desean aportar realidad, otra realidad, entre pasillos atestados como una clínica de Manhattan y críticas por los escasos recursos de la sanidad pública, aunque sus protagonistas tengan tiempo para hacer cosas bien prescindibles en su horario laboral. Respira quiere que su público más impresionable se la tome en serio, aunque es un juguete entretenido que se acepta mejor sin inquietudes trascendentales. Son tramas cruzadas de serial por entregas, ingredientes de clásico menor, un simple divertimento, que no es poco. Y como ya pasaba desde hace veinte años con Anatomía de Grey, es mejor no encariñarse con algunos personajes. Netflix se conforma con hacer series que se vean compulsivamente, del tirón.

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