Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
El “relato” fue un término que cobró notoriedad con el ‘procés’, que es otra expresión que fue perejil de noticieros y los debates. “Relato” se refería a una argumentación interesada: el independentismo, el madridismo, lo que fuera menester para esgrimir una causa con sustento histórico, doliente, estadístico; propaganda. Pero la fugacidad castiga más a la forma que al fondo de las cosas. La caducidad se ceba con la moda, de suyo trivial y pasajera, y es ese el sino de la hipercomunicación vertiginosa y líquida, donde lo que parece sólido está a la postre condenado a la cañería y al olvido.
“El relato” tiene mucho de lo que llamamos “vestir el muñeco”. Es el caso del relato del desmontaje del sistema de financiación autonómica que nos dimos en la Transición –qué tiempos de acuerdos generales–, un sistema redistributivo que tendía a hacer efectivo el mandato socialdemócrata y democristiano que impone en los países decentes la promoción de la igualdad entre las personas, de la misma e inexorable manera en que la renta de los contribuyentes más pudientes se dedica en parte a intentar asegurar que todos los ciudadanos cuenten con derechos que, si no iguales de facto, sí lo son de iure.
Resulta en esto sorprendente, si no fuera tan de esperar, que a toque de corneta los oficiales regionales del Gobierno retransmitan “relatos” que, cual tablas de náufrago, justifiquen esta revolución. Por ejemplo, apelando al “federalismo alemán”: ahí va eso. E incluso a argumentos mucho más arbitrarios: “Andalucía, Extremadura, Valencia o las dos Castillas deben seguir los pasos de Cataluña, ¡y es por su bien!”. Una acrobática “vuelta de la oración por pasiva”. Es comprensible que los socialistas autonómicos –Espadas como paradigma– necesiten alguna palanca ante este maremoto fiscal. La portavoz del PSOE, Esther Peña, urgida por el toque de rebato, hace el ridículo afirmando que todo esto es como la bonificación a las empresas que se establecieran en Soria, Teruel y Cuenca. Ese relato merece un cero patatero (y una colleja de Patxi López, vasco socialista que de esto sabe lo más grande).
Se impone la ordinalidad. Ordinalidad: “Principio por el que cada comunidad autónoma debe mantener en el reparto de tributos del Estado la misma posición y capacidad de gasto que dicte su renta per cápita”. La ordinalidad, pues, es el antónimo de la redistribución y la convergencia, ¿o es esto un relato fantástico?
Una amiga me dice que no arreé todos los varazos a los mismos (los suyos). Pero sucede que es al poder vigente en cada momento al que se debe exigir más. El relato tributario territorializado es una falacia fiscal. O qué hace uno –si no el memo– pagando más impuestos si obtiene más renta en España, aunque, siendo sujeto pasivo de periferia, contribuya más que el vasco o catalán medio. ¿Quién le mantiene a ese su ordinalidad, su asegurada cobertura de servicios públicos, siendo “progresiva” su tributación, inclementemente? Los tributos son personales, y duele la boca recordar esto. Se territorializan por eficiencia de gestión.
(Coda: el olvido de unas Islas Canarias sin medios frente a la inmigración masiva amarga el presente y destroza el futuro de localidades enteras. Un relato de la ignominia, realismo trágico. Pero hay relatos y relatos, ya se ve: “quien no llora no mama”. Un dicho que contiene una perversión de la legalidad. Pero hay llantos fuertes y llantos débiles. Es una vergüenza nacional lo que está pasando en Canarias, abandonada a su suerte. Eso sí es urgente, y unos –Juanma Moreno– hablan, cursis, del “gran corazón andaluz”; otros, fenicios, van a lo que van. La acción gubernativa mira a sus pies, a corto plazo: es la pela el motor subterráneo de su relato, superviviente.)
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