La ventana
Luis Carlos Peris
Abundando en el cambio horario
Si el toreo tuvo un príncipe alguna vez fue él. En casa siempre fue un referente no sólo del toreo sino de un estilo de vivir y hacer las cosas. Más allá de las ponderadas virtudes taurinas de un concepto que ya se fue, se nos va con él un modo de entender la vida que ahonda la huella que nos deja. En esa línea que nace con su padre Pepe Luis y que Chicuelo reivindicó, el heredero natural y directo fue capaz de retener en sus muñecas el tesoro de los elegidos. Siempre ajeno a los números, acuñó una legión de fieles partidarios y logró ser eso que llaman “torero de toreros”. Fue más de calidad que de cantidad y la coherencia de su concepto taurino con su forma de entender la vida engrandeció su figura para la posteridad. La sencillez del campo, la naturalidad de lo que se siente antes de expresarlo y su filosofía vital lo hicieron auténticamente único. Hay una dimensión personal que trasciende la taurina y que es inseparable en él, era imposible un torero como Pepe Luis sin una persona como José Luis que lo sustentara. Hoy lloramos en mi familia el dolor de la suya, hoy los recuerdos vienen a reclamar su cuota de dolor de los que tuvimos el privilegio de tratarlo y sentirlo cerca. De abuelos a nietos hay un lazo inseparable que nos unió y que vivirá más allá de nosotros mismos en esta tercera generación que hoy lo despide. Su prodigiosa memoria para los fandangos no volverá a traer esas letras únicas de Pernía, su sensibilidad no llenará más de sabiduría las conversaciones que nos quedaron por tener y sólo la gratitud por sabernos privilegiados por haberlo conocido matizará el dolor de la pérdida. Nadie colgará ya el pájaro como él en los campos ni le hablará a la tarde en las besanas de esas cosas que rumiaba en silencio. Se nos ha ido en el inesperado adiós de quien hubiéramos querido eterno. Hoy hay toros en el cielo, se anuncia el niño de Pepe Luis, príncipe del toreo.
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