Milagros Ciudad Suárez

Los recuerdos

15 de marzo 2018 - 02:31

En estos días preparatorios, ilusionantes y cuaresmales se recuerdan aún más a los seres amados, que desgraciadamente ya no están materialmente entre nosotros, pero su amor y su legado persisten. Recuerdo como de pequeña yo veía cómo mi madre preparaba, casi en un ritual, la única túnica de la familia, la de mi padre. Pues todas éramos mujeres, y por entonces sólo podían vestirla los hermanos. Mi madre arreglaba la túnica de palio, la capa de merino y el antifaz; para ella -al igual que otras esposas- era casi un acto sagrado: su lavado y su planchado lo realizaba con gran esmero y cariño.

Una vez planchada, venía la fase de colocación de aquellos viejos y primitivos escudos, cada puntada era una caricia y una promesa de amor. Todo era un rito, como si ella, mi madre, realizara su estación de penitencia con esa metódica, cariñosa y devota preparación de la túnica de su marido. Recuerdo como con incomprensión yo preguntaba por qué no podía vestirla por ser niña, al igual que ninguna de mis hermanas, era una tradición y un razonamiento que no llegaba a comprender. Yo le decía a mi padre que algún día la vestiría con el orgullo del legado familiar de mi fe y de todo lo que ellos supieron traspasarme. Esos lejanos y pequeños recuerdos nublan mis ojos al preparar hoy las túnicas de cola de mi familia, al coser esos viejos escudos, cuánta añoranza, y, a su vez, cuánto ensueño de Hosanna.

También me viene al recuerdo las sensaciones de mi niñez, como el olor del amasado de los pestillos en la vieja mesa de madera de la cocina, del frito de las torrijas caseras, del bacalao en remojo, de las espinacas y, cómo no, de ese arroz con leche espolvoreado con canela encima del viejo aparador. Cuántos aromas y sabores me vienen a la remembranza; maravillosas tradiciones que debemos de trasvasar a las nuevas generaciones de cofrades para que curtan sus sentidos en nuestras costumbres hispalenses.

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