El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
La planta de tabaco sudamericana, Nicotiana tabacum, era cultivada desde tiempos remotos por diversas culturas precolombinas, siendo utilizada en ceremonias mágicas rituales y como producto medicinal para la cura de catarros, otitis o reumatismo. El vocablo maya cikar (fumar) puede ser el precursor de la palabra castellana cigarro. Al igual que con el resto de mercancías que arribaban a su puerto desde el Nuevo Mundo, Sevilla ostentó su control comercial hasta comienzos del siglo XVIII, surgiendo en la ciudad talleres para la elaboración de tabaco en polvo y cigarros. Los obradores dispersos serían agrupados en el espacio ocupado hoy por la plaza del Cristo de Burgos y nace la Real Fábrica de San Pedro, inaugurada en 1620 como la primera fundación tabaquera de Europa, que se mantuvo activa siglo y medio hasta que fue necesaria una ampliación del recinto.
Las obras de la nueva Real Fábrica de Tabacos de San Diego se inician en 1728, retrasándose treinta años su fundación oficial. Ubicada extramuros entre la Huerta de la Alcoba del Alcázar, el Palacio de San Telmo y el demolido convento de San Diego, el cercano río Tagarete serviría para eliminar los desechos fabriles al Guadalquivir y el llenado del foso. La instalación industrial actuaría de revulsivo económico para una urbe decaída tras el traslado en 1717 de la Casa de Contratación de Indias a Cádiz. La grandiosa obra arquitectónica trazada por ingenieros militares se asemeja a una ciudadela con muro exterior, garitas, cuerpos de guardia, foso, capilla y cárcel. Su portada barroca de luminosa piedra blanca coronada por una escultura de La Fama, labrada por Cayetano de Acosta, destaca aún sobre la amarillenta caliza de Morón de unos muros que conforman un conjunto monumental de aires clásicos herrerianos con tintes neoclásicos que acoge facultades universitarias desde los pasados años cincuenta.
Las labores tabaqueras fueron realizadas exclusivamente por cigarreros hasta 1812, cuando son admitidas las primeras mujeres para la delicada elaboración de los cigarros puros. Poco a poco, desplazan en el trabajo manual a los hombres, los cuales mantuvieron las tareas más forzadas como la carga de los fardos o el aparejo de mulos y burros para los molinos. En esos románticos tiempos decimonónicos, pintores y viajeros hispanistas que acuden a Sevilla sublimarán el mito de unas cigarreras que protagonizan míticas novelas como la de Prosper Mérimée o la Ópera Carmen de Georges Bizet. No eran amoríos, cantos y bailes los que prevalecían en el interior de la fábrica-fortaleza, pues las cigarreras sufrían eternas jornadas de trabajo con salarios ínfimos, vigilancia estrecha y condiciones precarias.
"Adiós Fábrica de Tabacos,/ gloria de las cigarreras,/ qué pena nos da pensar de no volver más a ella.../ Tus talleres y galerías no las pisaremos más,/ pues de centro de trabajo se vuelve universidad" (El adiós de las cigarreras a la Fábrica de Tabacos. Encarnación Lozana, cigarrera).
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