La ventana
Luis Carlos Peris
En la noche de todas las noches
Lacra como otra cualquiera, como las muchas que sufrimos en el día a día, como la mala leche que se desgrana en el trabajo, en la política, en la prensa, en el círculo de amistades y, en muchos casos, hasta en la familia. El racismo vende, igual que la violencia machista –como si cualquier otro tipo de violencia fuera menos pecaminosa– o la explotación infantil que hace posible que se cosan los balones con que se juega la Liga o las camisetas que visten nuestros ídolos.
Aparecen cada domingo cual mala hierba y como consecuencia del reflejo de la sociedad que nos ha tocado vivir. Pero eso ya lo dijo alguien. Y así, con ese “nos ha tocado vivir”, culpamos a otros. En el fútbol rebosan las actitudes racistas, pero no todas se denuncian. Muchas están aceptadas y normalizadas, como en la jungla de la vida, donde la empatía es cosa de los cursis y las comedias románticas.
El racismo lo practican –vamos a meternos todos– personajes de variopinto pelaje, hinchas radicales de sudadera con capucha y padres de familia de bocadillo y cocacola con los niños. Periodistas con amiguetes y con gente enfilada.
Racismo es gritar a un árbitro por una decisión que perjudica a tu equipo o recordar sus actuaciones pasadas para crear una corriente en su contra. Poner como los trapos a un futbolista de los tuyos por perder un balón o por fallar un gol, pedir –así porque sí– la dimisión de un entrenador, o directamente que “lo echen”. Escribirlo en medios o en una red social o decirlo sin ningún miramiento por la radio. Guerra de comunicados, intereses políticos de grupos de prensa, campañas para matar profesionalmente al que sea, abuso de poder en el trabajo, abuelos en soledad, prejuicios con personas de otras capacidades o la simple envidia que despierta el que te cruzas en el ascensor.
La sociedad y el fútbol rebosan racismo sin que tenga que haber un Vinícius que monte el show ni comités que entren de oficio. Pero, claro... siempre viene bien que haya negros, sudacas y gitanos y cafres que los insulten.
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