El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
Es a mí? Como un taxista nocturno el pompeyano Pino D’Angio, que se llamaba en realidad Francesco, aparecía en el escenario y encendía un cigarrillo mientras empezaba a burbujear el altavoz. El gesto de quien escuchaba arrancar este funky era el de aplaudir a compás mientras llevaba a las caderas a un más o menos torpe cimbreo. Salía natural el movimiento. Las discotecas eran aún salones de té con chorreras. En esas el tipo se arrimaba al micro y sonaba la voz, rota, hablada en una mañana de resaca, crujiendo las consonantes. Qué idea. Pino, medio criado en EEUU y que impostaba lo yanqui como Bud Spencer y el spaghetti-western, relataba algo en italiano que en realidad era la historia de un pagafantas (no existía esta palabra) que acababa derrotado por un ligue glotón y cazallero.
Con eso el hierático de Francesco, pelo rizado y pose chulesca como sacando el brazo de la ventanilla del Fiat Panda, se recorrió el mundo insistiendo una y otra vez en play back lo de Qué idea. De vez en cuando aparecía por el monumental Aplauso, con otros cantantes que parecían ya antiguos, y se entrometía cantando o aparentando que cantaba, lo mismo: su serenata reiterativa y sus cimas en falsete. Los 80 en una barriada los podría resumir un Ma quale idea en bucle. Todo ello aromado con hierba quemada. Su ritmo nos retrotrae a la reducción de unos tiempos juveniles simples, de tabaco negro y calcetines blancos. Las estrofas amontonadas nos decían que estábamos ante un rap precursor.
Pino hizo más cosas pero podía vivir bien con su idea aunque compusiera y cantara mucho más. Su cuello levantado le tapó todo lo demás. Como buen italiano famoso no quiso perderse la experiencia de un reality y participó en La cocina del infierno donde el chef Sergi Arola dejaba en pañales al futuro Jordi Cruz. El de la disco, que se nos acaba de morir, le miraba por encima de la clavícula y decía “¿me estás llamando a mí?”.
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