Visto y Oído
SoniaSonia
Elecciones en Cataluña
Hace un año que la ciudad de Wuhan, presunto foco primigenio de la pandemia que nos asuela, decretaba un confinamiento total. Y que el epidemiólogo gurú Fernando Simón barruntaba que el terremoto vírico chino iba a tener una réplica apenas testimonial en España y los casos de coronavirus iban a ser contados... Por miles, más de 55.000 muertos (confirmados, pueden ser más de 80.000) por el Covid-19 después y con una incidencia acumulada de más de 800 casos por cada 100.000 habitantes, España está en alerta máxima al borde del colapso sanitario.
Este sucinto y denso preámbulo debería ser suficiente para explicar que el titular de Sanidad asistirá este martes a su último Consejo de Ministros. Salvador Illa seguirá los pasos de sus homólogos triturados por la opinión pública en un sinfín de países, como Holanda, Chequia, Rumania, Ucrania, Nueva Zelanda, Ecuador o Brasil (dos en un mes) a causa de su gestión de la pandemia. Pero el dirigente socialista no se marchará de una patada por la puerta de atrás. La patada es a seguir y deja la cartera para postularse como candidato del PSC en las elecciones catalanas previstas para el próximo 14 de febrero... una fecha a la que el Covid-19 ha puesto, como a todo, en el alambre.
La gran pregunta es: ¿Cómo es posible que un ministro de Sanidad que arrastra una de las gestiones de la pandemia con unas de la peores cifras del planeta pueda convertirse de la noche a la mañana en un revulsivo electoral?
Salvador Illa (La Roca del Vallès, 1966) recibía hace un año el encargo de Pedro Sánchez de ocupar uno de esos ministerios llamados marías, sin apenas competencias al estar delegadas en las comunidades autónomas, como el de Sanidad. Pero en lo que Illa estaba realmente afanado era en ganarse los favores de ERC al necesitado Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos en la mesa política bilateral entre la Generalitat y Moncloa, en la que se sentaba tanto como ministro como en su calidad de secretario de Organización del PSC.
Así que el hombre tranquilo que estaba destinado a una cartera de segunda fila acabó como uno de los factores estelares de una crisis de película. Sus grandes divisas son la moderación y un talante dialogante poco dado a declaraciones estridentes o a caer en la tentación de descalificar sistemáticamente al adversario, por mucho que dirigentes como la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, se lo hayan puesto a huevo.
Illa se presenta en Cataluña como adalid de la cogobernanza. Esa especie de antesala del federalismo que propugna para desatar el nudo gordiano de la convivencia en Cataluña, aunque sus detractores le acusan de lavarse las manos más como Pilatos que como taumaturgia ante el Covid-19.
Illa se encomienda a las restricciones en curso bajo el estado de alarma vigente hasta mayo y considera que los adelantos del toque de queda o la reinstauración del confinamiento domiciliario que invocan en tropel los líderes autonómicos del PP (como Juanma Moreno sin ir más lejos) y alguno del PSOE son improcedentes. Una postura que les suena a tacticismo político a sus rivales, que le acusan de actuar como el perro del hortelano, que ni gobierna ni deja gobernar.
El caso es que a pesar de los pesares del Covid, su nombre como cartel electoral empezó a revolotear durante las elecciones autonómicas del pasado 12 de julio en el País Vasco y Galicia. Las encuestas han dado la razón a los que apostaban por su candidatura en detrimento de la inveterada de su compañero de partido y (sin embargo) amigo Miquel Iceta.
El rebotado (no por enfadado, que no parece muy disgustado con la jugada, sino por desplazado) parece destinado como el cantante Loquillo a ser otro catalán enamorado de Madrid y ya se intuye su presencia en el futuro Consejo de Ministros, donde está (parece) cantado que ocupará la muy propia cartera de Política Territorial y Función Pública, que dejará vacante Carolina Darias para relevar a Illa al frente del potro de tortura de Sanidad.
El hombre tranquilo se lo debe tomar todo con filosofía (es licenciado) pero no podrá sacar pecho de su gestión de la pandemia durante la campaña electoral en Cataluña; alegará que lo ha hecho lo mejor que ha podido. Su apuesta es reeditar la coalición de la Moncloa en el Palau de la Generalitat con los comunes... Y con ERC. Acendrado autonomista y federalista, abomina del proyecto independentista, aunque el fantasma de un nuevo tripartito revolotea incesante.
Una campaña que se pondrá en marcha este viernes tras la suspensión del decreto del Govern que ordenaba la suspensión de los comicios a causa de la pandemia, aunque la decisión definitiva del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña se producirá el 8 de febrero, con lo que el 14-F todavía es susceptible de aplazarse.
En todo caso, Illa deja este martes el ministerio entre el incienso de sus correligionarios y el humo negro de sus rivales que le reprochan que se marche en plena acometida del virus. Por inexplicable que parezca, las encuestas saludan su candidatura al frente del PSC, que obviamente está empeñado en celebrar los comicios sea como sea.
Los socialistas arguyen que es un deber democrático insoslayable ir a las urnas tras la inhabilitación del president Quim Torra. La otra parte invoca las impepinables razones sanitarias para aplazar unos comicios en los que el ministro de Sanidad de uno de los países más vapuleados del mundo porcentualmente en cuanto a su población se presenta como caballo ganador.
El CIS lo augura vencedor de los comicios. Y como uno de los ministros más valorados. Es un siniestro paralelismo, pero los titulares de Interior también recibían el beneplácito generalizado de los españoles por mucho que ETA matara y matara. Ahora es el virus. La empatía se nutre con imponderables.
El efecto Illa está servido, el hombre tranquilo que quiere poner el cascabel al procés. La sincopada campaña de vacunación le suena a viento a favor, su lucha será a partir de ahora exclusivamente contra el virus independentista. Parece mucho más factible vencerlo que al otro...
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