El parqué
Jaime Sicilia
Sesión en rojo
Bajo una explicación tan altisonante como llena de soberbia, el Real Madrid se negó a asistir a la entrega de los balones de oro. Con el sello altanero de su mandamás, el mejor club del Siglo XX dejó de vincular su señorío en la yerba con el de la moqueta, ese que le inoculó aquel irrepetible trío formado por Santiago Bernabéu, Antonio Calderón y Raimundo Saporta. Nunca una pataleta fue tan mal aceptada como esta espantá.
“El Madrid no está donde no se le respeta” fue la explicación del club cuando supo que el Balón de Oro no iría a las manos de Vinícius. Calificar de falta de respeto no darle el preciado objeto al extraordinario extremo brasileño no tiene por donde cogerse. Y lo más sangrante de todo es la falta de solidaridad con el resto de madridistas premiados, entre ellos la propia institución, galardonada como el mejor club continental y asunto resuelto mediante la frialdad de un vídeo.
¿Y qué pensaría Carlo Ancelotti cuando le impidieron tomar el avión que le llevara a París? Con la fecha de caducidad cada vez más cercana y la más que probable última distinción de ese calibre, el prestigioso entrenador italiano se quedaría con la miel en los labios. Es lo de Ancelotti un daño colateral fruto de una reacción inexplicable que deja el cartel del Madrid hogaño únicamente sostenido por los inmejorables números conseguidos en el terreno de juego.
Y todavía resulta igualmente incomprensible que se le haga un desaire al futbolista español que, sesentaicuatro años después, logró lo mismo que aquel gallego de oro que fue Luis Suárez. Que un español lograse el controvertido baloncito debería haber sido motivo de alegría que algo paliase el disgusto de no ver el premio en manos de Vinícius. El mejor club del Siglo XX le ha echado un borrón a su historia al considerar falta de respeto que premien a otro. Vivir para ver.
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