La ventana
Luis Carlos Peris
El nepotismo se convierte en universal
DE unas elecciones, como del cerdo, se aprovecha todo. Y, sobre todo, cada cual aprovecha la parte que mejor le sirve. Pero se lean como se lean, las elecciones gallegas dejan un mensaje inequívoco: el PP consolida un poder territorial inexpugnable en Galicia, y con este triunfo va a encadenar 47 años de Gobierno regional. Consolida casi la mitad de los votos emitidos: una proeza repetida ciclo tras ciclo electoral. La relación materna de Galicia y el PP es indestructible. Hay claves profundas que no aflorarán porque un minuto después de cerrarse las urnas todo el ecosistema político y mediático nacional mira hacia la Carrera de San Jerónimo. Pero es un fenómeno que amerita una tesis. El PP consolida además su dominio territorial.
Desde los inicios de Fernández Albor, con el galleguismo de Fraga que cerró el paso a otras opciones regionalistas pasando por el pragmatismo de Núñez Feijóo y –de momento– la grisura de Rueda, el PP no tiene rival en su feudo más importante: gana en el 42% de los municipios de más de 23.000 habitantes y arrasa en los más pequeños (52%). Y, por cierto, qué afortunados son los del PP, a los que se le reconoce una relación simbiótica natural con el pobo galego, una comunión cultural, social y política que trasciende lo meramente electoral. Nadie le reprocha la existencia de voto cautivo, madejas de intereses, utilización partidista de los medios públicos ni otras veleidades de lo que en Andalucía llamaron régimen. Es más, ha parecido hasta natural que en plena campaña el Gobierno gallego haya sacado el chaleco salvavidas de debajo del asiento prometiendo subvenciones directas a los marisqueros y enviando un SMS al personal del servicio público de salud prometiendo una subida inmediata de sueldo. Ni siquiera hay discursos sobre la necesidad de la alternancia apelando a la salud democrática. Al PSOE de Andalucía (30 años de Gobierno; 20 con mayoría absoluta y diez en minoría) casi le sacan la piel a tiras porque era antinatural e indeseable que un partido gobernara tantos años una comunidad. Seguramente tenían razón quienes apelaban a la necesidad de airear la administración andaluza, aunque en Galicia nadie utilice hoy argumentos similares. Al revés: a los gallegos se les entiende perfectamente por votar al PP y esa relación va camino del medio siglo. A los andaluces les reprochaban votar al PSOE y lo achacaban al retraso secular del pueblo andaluz, el subdesarrollo y bla bla bla.
Volviendo al carril central. Lo inapelable: Feijóo gana con rotundidad y Sánchez pierde severamente. Después, si quieren, los matices e interpretaciones. El voto conservador ha acudido en masa a las urnas ante la amenaza cierta de un Gobierno nacionalista de izquierdas impulsado por los votantes más jóvenes y ex votantes socialistas y Galicia es mucha Galicia, tiene sus costumbres bien interiorizadas y el PP forma parte del paisaje. El PP gana con mucha participación o con abstenciones elevadas. Le da igual. Galicia locuta, causa finita.
Feijóo ha salvado una bola difícil. Por sus propios errores se había colocado en una situación difícil de gestionar y que una pérdida de mayoría absoluta habría agravado hasta situarlo en el final de su carrera política. Pues sale no solo reforzado sino prolongando el periodo de éxitos electorales. Galicia siempre rescata a los líderes populares, como hizo con Rajoy, también del terruño, en 2012. Ahora el líder del PP podrá utilizar a su antojo un argumento múltiple: el PP demuestra cómo se gestiona en Galicia, sabe hacer bien los relevos, es un partido que sigue ganando elecciones y es la primera comunidad española que ha dicho no a la amnistía, a la mentira, al Gobierno de Sánchez y a lo que quiera añadir porque ahora mismo la pelota es suya. Al fin y al cabo, si el PP hubiera perdido la mayoría absoluta Pedro Sánchez andaría hoy henchido, sumando el resultado electoral a su pacto con los independentistas, interpretándolo como una validación de la ley en ciernes y bailando muñeiras.
El PSOE suma tres malísimas noticias mucho peores que la posible interpretación del voto gallego como rechazo a la amnistía: sigue perdiendo elecciones, la marca va añadiendo plomo a sus alas y su poder territorial sigue capitidisminuyendo y empieza a ser solo simbólico. El PSOE ha obtenido el peor resultado de la historia democrática en Galicia. Baja a los nueve escaños, pierde cinco puntos y deja al BNG como única alternativa al PP. Los socialistas, el gran partido que presumía de ser el que más se parecía España, gobierna solo en tres comunidades (Asturias, Navarra y Castilla-La Mancha, con Page, que no es precisamente de la parroquia sanchista); su poder municipal ha palidecido frente al PP y allá donde no gobierna, como es el caso de Galicia, sigue perdiendo votos y por lo tanto influencia y raigambre. Gómez Besteiro es el quinto candidato consecutivo –en cinco convocatorias– que funde el PSOE, lo que explica claramente su dificultad para consolidar liderazgo y discurso cuando está en la oposición. Necesitan los socialistas un plan estratégico que los resitúe territorialmente. Es tarea muy compleja y de largo aliento, pero sin ese objetivo tiene muy complicado obtener resultados sólidos. Ya no digamos obtener resultados mayoritarios que lo alejen de pactos exóticos en el conjunto del país. El PP es hoy mucho más partido que el PSOE. No es solo una cuestión de número de militantes porque los censos de los partidos siempre son agujeros negros, es que el PP a la vista de los resultados entiende hoy mucho mejor a España que el PSOE.
Los dos partidos del Gobierno salen despeluchados de Galicia. El PSOE muy herido y Sumar con su líder, Yolanda Díaz, en la indigencia electoral. En julio de 2023 los dos partidos sumaron 655.000 votos en aquella comunidad. Hace una semana obtuvieron 232.000. Han perdido más de 400.000. Ahí hay lectura para quien quiera entretenerse.
A Sánchez se le acumulan las malas noticias. Al pacto de incierto Gobierno con Junts se le suma esta derrota, que marca el inicio de un calendario electoral con tres paradas más: las vascas, las europeas y las catalanas. Vienen pisándose las tres en un periodo de depresión socialista. En Cataluña se la juega.
Tiene razón el PSOE cuando en su balance dice que Galicia no marca un cambio de ciclo. Es correcto. El ciclo sigue marcando victorias populares en las urnas. Una cosa es formar Gobierno legítimamente aun con averías serias desde el pacto de investidura y otra no querer ver la sangría de votos en las urnas cada vez que se abren. O reclamar un rol vertebrador para el PSOE cuando a la vista de todos se va desvertebrando a sí mismo. Cuidado con los espejismos. Es una rareza empeñarse en una comunicación política que trata a los ciudadanos como tontos.
La idea que ha lanzado Sánchez de reforzar las estructuras territoriales consolidando liderazgos que “incluso trasciendan la marca del partido” parece una apelación a abrir al PSOE a la sociedad, a incorporar gente de valía fuera del partido. Está bien, pero ese un proceso que de manera natural debería hacer el partido no solo cuando diluvia. Incorporar profesionales independientes al PSOE no va a ser fácil mientras el partido siga operando en los márgenes de la idea generalizada de lo que es un partido socialdemócrata más reconocible, en el que sus políticas sociales y económicas no sean opacadas –pese a sus efectos benefactores– por los asuntos basados en el interés general y la ética política, porque son elementos igualmente esenciales en un partido adscrito al socialismo democrático. Hoy el PSOE está lejos de ser un partido atractivo para muchos ciudadanos.
Las dificultades son objetivas y el desnorte al que el PSOE de Sánchez somete a sus militantes y sus votantes no crea el ecosistema adecuado para esa apertura. Dicho eso, al PSOE han querido enterrarlo muchas veces. Y aunque no será fácil que ocurra porque es un partido nuclear de nuestro sistema, no se puede ignorar que los tiempos cambian, las dinámicas electorales se rigen por otros patrones, el censo de votantes se renueva y entrar en el segundo cuarto del siglo XXI con la luz roja de la reserva encendida es muy arriesgado. Es importante recordar que todo lo que se hace en nombre de una marca siempre suma o resta.
Ana Pontón se ha ganado a pulso el resultado electoral, que la convierte en la alternativa. No logra el objetivo principal, que era un cambio político en Galicia, pero eso no empequeñece su resultado, que le adeuda más a ella, a su trabajo tenaz de oposición, que a su organización. Canibaliza buena parte de los cinco puntos que pierde el PSOE y le concede otros cuatro años para tratar de abrir hueco.
Sumar se apunta un fracaso estrepitoso. Ninguna encuesta situaba a la lista en el Parlamento gallego, pero obtener menos votos que Vox tiene un mérito extraordinario para quien viene de la política gallega. Y Podemos, en línea con lo que viene sucediendo en cada elección, ha desaparecido. Los tiempos de las mareas gallegas auparon a Yolanda Díaz y al partido de Pablo Iglesias, que se mueven peor en la cotidianeidad. Sin sobresaltos, esa izquierda no funciona. Sumar y Unidas Podemos aún siguen pagando –y les quedan más facturas– la división, la ruptura y la hostilidad recíproca.
Si Correos fuera incapaz de entregar las cartas en las direcciones correctas posiblemente alguien decidiría algún día cerrar la empresa pública. Igual que si la Agencia Estatal de Seguridad Aérea no controlara el tráfico aéreo sería desmontada. O si los barcos de Navantia no flotaran la compañía echaría la baraja. ¿Por qué no se cierra el CIS, que ni da una ni quiere darla?
Apocalipsis residencial
David Martínez, el consejero delegado de Aedas Home, una promotora cotizada controlada por un fondo estadounidense, ha lanzado esta semana algunos de los mensajes más apocalípticos que se recuerdan sobre el sector de la vivienda. Advierte de que vienen "situaciones dramáticas", precios elevados que no van a bajar y ha recordado que en las grandes ciudades ya existen situaciones de hacinamiento sobre todo de inmigrantes que viven en cuartos sin condiciones básicas porque no pueden acceder al mercado de la vivienda. Incluso no descarta que lleguemos a un sistema de "camas calientes" , por el que distintas personas comparten la misma habitación por turnos. Achaca este funesto panorama a varias causas. Fundamentalmente tres. Cada año, dice, se generan unos 260.000 nuevos hogares en España pero sólo se construyen 80.000 viviendas. Por otro lado, hay escasez de mano de obra: "El albañil se ha convertido en una especie en extinción" tras la crisis de 2008. Igualmente ha denunciado que los plazos de construcción añadiéndole el de gestión administrativa y clasificación de suelos se eterniza. Una de las soluciones que propone es la construcción industrializada, de base tecnológica. En un país con elevadas tasas de paro se debería entender este reto como una oportunidad.
Ayuso y sus argumentos peligrosos
La presidenta de Madrid se agarra a un argumento peligroso para una responsable de servicios públicos. Justifica la terrible decisión de no trasladar a mayores desde residencias a hospitales durante la epidemia de Covid porque "el traslado no garantizaba su supervivencia". Es un argumento doloroso para miles de familias que perdieron a sus seres queridos. Pero es además una cochambre política y una forma abominable de entender lo público, que obvia, como mínimo, la posibilidad de paliar el sufrimiento de quien vive sus horas finales. ¿Lo siguiente será decidir que los bomberos no actúen cuando las llamas estén arrasando un edificio porque parezca difícil que los vecinos puedan salvarse?
Junts, a lo suyo
El Partido de Puigdemont ha apoyado en la mesa del Parlamento catalán una Iniciativa legislativa Popular para declarar la independencia de Cataluña. En este regreso a 2017, Junts y la CUP se alinean con un partido extraparlamentario -Solidaritat Catalana per la Independencia- aunque un letrado de la cámara ha advertido de que la iniciativa no cumple las condiciones que exige la ley. ERC se ha abstenido y no ha podido frenar la iniciativa ya que uno de sus miembros en la mesa estaba ausente. Ésa es la diferencia entre un partido que ha tomado nota y ha evolucionado, que mantiene compromisos institucionales y parece dispuesto a hacer política dentro del ordenamiento jurídico (ERC) y otro que sigue en el fango y la trinchera (Junts). Y el problema es que de los de la trinchera depende la gobernabilidad de un país entero, algo que les importa un pepino.
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