Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Emperatriz
EL sentido de la medida es hermano del sentido común, que es el menos común de los sentidos según parece. La feria se nos va de las manos sacrificada en el altar del éxito turístico, entregada a la masa foránea y acribillada por la condescendencia sevillana que ve como se abusa de la hospitalidad tradicional de esta tierra. No todo vale, el número no justifica todo, no es posible lo imposible. ¿Qué es lo imposible? Imposible es llenar la feria con gente de fuera cuando apenas caben los de adentro, imposible es dar servicios de calidad mínima a todos ellos a la vez, imposible es mantener la esencia si los guardianes de ellas son personas que nunca las han conocido.
Hay diseños de trajes de flamenca que son cualquier cosa menos flamencos y que roban la elegancia de esos vestidos convirtiéndolos en piezas de carnaval. Hay un desconocimiento popular cada vez mayor del baile y cante de sevillanas, uno de los cantos regionales con más enjundia que hay en España, que mueren a manos de orquestas feriales de temas poperos y rockeros o, lo que es peor, de pinchadiscos y reaggetón. Echo de menos las sevillanas de siempre que uno aprende desde pequeño en las casetas, no ya cantadas por el pueblo sino, resignado, en los altavoces atronadores que impiden las conversaciones. Eso sí, esos decibelios acercan caras en busca de escucharse mutuamente que a veces acaban en besos robados o buscados o encontrados que darían para escribir tres o cuatro sevillanas más.
Menos mal que las casetas son privadas y en algunas aún pueden vivirse momentos auténticos, guardo sus direcciones como el que guarda un tesoro y me niego a facilitar sus ubicaciones so pena de descubrirlas y que mueran en el abordaje por exceso de público, son casetas a las que llego de visita solo o, como mucho, en pareja y en las que detengo mis sentidos extasiado en el buen gusto de su decoración, la calidad de sus artistas y la hospitalidad de sus socios.
Han pasado unos días en los que por las fechas coincidentes de festivos comunes y ajenos y por los dos años previos de pandemia el Real se ha desbordado. Morir de éxito se llama. Pronto exhibirán la cifra de las pernoctaciones en hoteles, los números de pasajeros y el impacto económico de la feria en la ciudad y conoceremos entonces el tamaño del torpedo que puede hundir este barco. Volveremos a la cantidad en los medios pero poco o insuficientemente se hablará de la calidad. Diremos que la feria de mitad en adelante se queda vacía con la boca chica porque “la gente” se va a la playa, alguien justificará en ello que deberían hacerse públicas las casetas para evitar que se muestren vacías mientras los turistas pasan y pasean por delante pero nadie pensará en cómo llegamos a ésto. Adelanto del pescaíto para alargar la feria y cubrir dos fines de semana de oferta turística en aquel “referéndum” y un festivo local puesto en el ecuador de la semana para partir en dos la feria. La suerte estaba echada. O volvemos al modelo previo o creo que la feria está sentenciada y alejada de lo que la hizo atractiva para el que viene y asumible para el que la sostiene. Otra feria es posible.
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