La ONCE y el deporte

Tribuna Económica

17 de septiembre 2024 - 03:07

La atención que acaparan los Juegos Olímpicos hace que los Paralímpicos queden algo relegados, pero junto al valor común del espíritu olímpico, tienen el valor propio de poner la atención en personas con problemas de movilidad, empleo, o dificultades en la vida cotidiana; y muestran que estas personas, con logros deportivos increíbles, son aptos para cualquier actividad, incluso a veces más que los que no tienen sus limitaciones. Las Paralimpiadas han sido un éxito rotundo con 2,5 millones de entradas vendidas, 10.000 voluntarios, una asistencia que ha animado extraordinariamente a los deportistas, y la festiva organización que los hace atractivos en todas partes. España ha quedado muy bien, con 40 medallas y en duodécimo lugar con 65 puntos, si damos 3, 2 y 1 a oro, plata y bronce; pero este éxito sin duda se debe al empeño que desde hace años se pone en el deporte, fortalecido desde 2004 con el Plan de Apoyo al Deporte Objetivo Paralímpico (ADOP), con soporte público y fuentes privadas de financiación, que ven a cambio cómo su dinero revierte en valores para la sociedad.

No hay institución como la ONCE, que preside el Comité Paralímpico Español, que haya hecho tanto por el deporte en España, abriendo posibilidad a miles de deportistas con discapacidades, en competición o no, haciendo visibles los problemas de la discapacidad, y dándoles soluciones. Sigue admirándome ver personas ciegas en las competiciones de ajedrez en Jaén y en Sierra Nevada a los intrépidos esquiadores ciegos y con otras discapacidades. Nunca olvidaré las emociones de la clausura de los Juegos Paralímpicos en Barcelona, a los que asistí como invitado de la ONCE, con quienes tuve la oportunidad de mantener relaciones societarias y pude conocer en profundidad. Su presidente, José María Arroyo Zarzosa, tenía la voluntad de propósito de crear un grupo empresarial para dar fuerza a las personas con discapacidades y que permaneciera en el tiempo bajo cualquier circunstancia.

Comienzo a leer Sonny Boy, las memorias de Al Pacino, y aprendo que sobrevive de niño y adolescente al mal ambiente de la calle, por cuatro motivos; primero, la guía de su madre, tía, y abuelos maternos; segundo, el deporte, su dedicación al béisbol que juega en la asociación de la policía local; tercero, el acceso a educación gratuita de calidad y a la actividad teatral en los colegios y centros municipales con grupos de aficionados; y cuarto, las bibliotecas públicas, a la vez un refugio y un lugar donde ampliar su gran cultura literaria. Al Pacino tiene sobrados méritos propios como persona y actor, pero su niñez y juventud coincide con los gobiernos de Roosevelt a Kennedy, que desarrollan políticas sociales, inmigración e integración, permitiendo que muchos talentos florecieran. Por eso no entiendo esa cerrazón de algunos políticos en contra de un sistema de impuestos que permita los mejores servicios sociales, e invertir de verdad en educación, deporte y cultura participativa. Al Pacino cita a su amigo Lee Strasberg, quien decía que el talento es como una hoja de hierba que crece en un bloque de cemento, y es verdad, pero hay muchos jóvenes con talento que se malogran en la dureza y esterilidad de políticas públicas cicateras.

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