
Rafael Salgueiro
Nuclear sí, por favor
DURA es la lluvia que va a caer, escribió y cantó Bob Dylan (A Hard Rain’s a-gonna Fall, 1963). En el poema hecho canción, Dylan presagiaba sufrimiento, contaminación y guerra. De eso hace ya más de sesenta años. Pero nada hay más cierto en el paso del tiempo que la recurrente propensión a hacerse daño de los humanos (muchas ovejas y dos o tres pastores). La historia se repite con otras formas, pero con igual capacidad autodestructiva antes y ahora, negándonos el derecho de llamarnos civilizados. “¿Y qué oíste tú, mi hijo de ojos azules? ¿Y qué oíste, mi querido joven? Oí el sonido de un trueno que rugía, avisando; el rugido de una ola que podría ahogar el mundo entero; oí cien tambores cuyas manos ardían; diez mil suspiros que nadie escuchaba; oí a una persona morir de hambre. Oí a mucha gente riéndose”.
La princesa griega Casandra, maestra agorera, es la patrona de quienes hacen advertencias catastrofistas y tenebrosas... que nadie cree. Lo de Dylan es un poema nada más, uno sublime; pero parece que el mundo del primer cuarto cumplido del siglo XXI se divide entre los que se niegan a llamarse negacionistas y que entonan el “no me cuentes penas, cuéntame alegrías, que yo bastante tengo con las penas mías” (sevillana de Los Amigos de Gines), y quienes se temen que de nuevo va a caer una lluvia dura, bélica –cae ya en Palestina, Ucrania y muchos lugares de África–. Y los que, frente a los que la amenaza de la contaminación del Planeta les parece una palanca argumental de poderosos de logia y codicia insaciable, se temen que el cambio climático sí existe, y que no todo es ciclo planetario, sino que la superpoblación y los efectos de sus crecientes necesidades sobre Gea, la Tierra, serán quizá moco de pavo cósmico, pero un acelerador de desastres.
Cada uno cree lo que estima conveniente, aunque la verdad, y permitan la tosca expresión, la mayoría no tenemos ni puta idea. Aunque ostentemos verdades y desdenes como si en realidad supiéramos, con ese afán humano por escapar de la incertidumbre. Y peor: hacer política ventajista. “Dame una doctrina fácil y que yo pueda compartir con los míos y frente a los otros, y moveré mi mundo, con encendidas certezas”. Yo, por si sirve de algo y dado que en esta casa me dan la oportunidad de expresarme, creo que este “punto azul pálido” (Carl Sagan) en el infinito cosmos se deteriora a marchas forzadas no sólo por las inexorables evoluciones de la física y química universales, sino que somos los de nuestra especie capaces de contribuir decisivamente a la destrucción del sitio que nos regaló algo: un petardazo hace océanos de tiempo; quién sabe qué azar y qué necesidad; Dios.
Enfocando aquí, aquí mismo, con un satélite asombroso orbitando en lo que, con el ombligo reventón, llamamos el espacio, cae dura lluvia en Andalucía; agua y más agua. Se alivian pantanos, se desmadra el agua de sus cauces. Con los mismos años que la canción de Bob, no recuerdo algo igual en esta parcelilla del meridión ibérico. Escuchas decir con sorna que, jajaja, ¿no era la sequía el problema, hombre? ¿Y ahora, qué? ¡Los científicos, unos apesebrados! ¡La UE y Von der Leyen, esbirros de la industria verde! Mientras, no sólo la lluvia inclemente, a la que sucederá una igualmente despiadada y amplificada etapa de calor, sino la guerra que unos pocos perpetran a cubierto en sus despiadados despachos, dan la razón a ese músico que no recogió su Nobel. Que, aunque rarete, dijo verdades como meteoritos. No somos enanos sobre los hombros de gigantes, como proclamaron Bernardo de Chartres o Newton, creyendo en el progreso de la Humanidad. Somos enanos, y ya está. “Oí a muchos riéndose”. “No me cuentes penas (...) que yo bastante tengo con las penas mías”. Entre Dylan y Gines.
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