La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
En casa me recuerdan –para humillarme, obviamente– que una vez, en un tiempo no tan lejano, pedí que en mi lápida se grabara un “Te lo dije” porque hay pocas cosas que me gusten más que tener razón. Yo, siendo casi verdad el deseo, me resisto a aparecer como prepotente y dueña de la Verdad e incluso procuro ser la primera en cambiar de opinión en una refriega. De hecho, no sirvo para propagandista porque pueden convencerme a poco que se afanen. Y si hay un caso paradigmático en que mis previsiones han resultado fallidas, fue, venturosamente, hace 25 años y con el alumbramiento feliz del Diario de Sevilla. Eché mano de la OJD, el EGM y las frases de los bares incluso para alegar aquello de que no había lugar en el universo lector sevillano para otro periódico, que los unos leían ABC y los otros El Correo de Andalucía y que algotros –palabro de mi hija a los tres años– las ediciones locales de la prensa nacional, algunos con redacciones fuertes, potentes, bien dotadas. En ese panorama, decía yo –nada original– no había espacio para quien, desde su exitosa experiencia de Cádiz, pretendía exportar el modelo a Sevilla: esa plaza difícil, en todos los sentidos. Nunca me he equivocado tanto. Y para bien. La habilidad radicó en todo: un diseño diferente, alegre, vitalista, unos periodistas reconocidos en la ciudad y otros que se desbravaron en aquella su primera experiencia, sabiduría y ganas, cosas que se saben y cosas que se aprenden. Y una colección de firmas que afortunadamente ya forman parte de lo mejor de nuestras hemerotecas. Leer a Juan Bosco Díaz de Urmeneta, a Manuel Gregorio González, a Ignacio F. Garmendia, a Eduardo Jordá, a Javier González-Cotta nos hizo sentir maravillosamente universales sin dejar de habitar este epicentro –vanidosillo– que somos como ciudad. La lista es muy larga porque larga fue la mirada y permitan que hable sobre todo de cultura, ese terreno que es el mío en la medida que allí he ido creciendo, madurando –y pochando tal vez– en mi oficio. Desde las músicas alternativas a las barrocas, desde los malditos a los clásicos ortodoxos, desde Cernuda a Mansilla, desde Colón a Ruesga, desde el urbanismo atrevido al conservadurismo extremo: una mirada cenital, que dirían los cursis cinéfilos, ningún rincón oculto decimos los mortales a los que nos pica sobre todo –o también– la curiosidad (por qué no cenital). De la redacción –desde donde me llama el incombustible Moliní siempre con sus modales de caballero pero mod– han salido algunos de los mejores periodistas que siguen dando tanta guerra como gloria. En política y en cofradías, en artes y músicas, en turismo y economía, en tribunales y en deportes. Los tiempos son difíciles. Por eso seguimos necesitando esa ambición. Ese periodismo. Estamos perdidos si nos falta y ahí no fallaré si digo: Te lo dije.
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