Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Los vecinos del Santiago Bernabéu han conseguido parar el abuso del uso de ese coliseo en pleno centro de la capital. Recordemos dos acepciones de la voz “Abuso”: “Uso de algo de modo excesivo o indebido”; “Aprovecharse de alguien”. Tanto vale la una como la otra para para llamar abuso a permitir cualquier aprovechamiento en un enorme espacio concebido y autorizado para las actividades propias de una empresa deportiva; para sus partidos y sus parafernalias, que no es poco. Algo gozoso, legal y consuetudinario. Que sea un espacio multiusos es otro cantar, dada la inmensa capacidad de albergar público. Que un estadio sea lo que al club le dé la gana es un chollo inaceptable.
En todo esto hay un premiado: la sociedad titular del estadio, de pronto con bula para cualquier extensión de su natural objeto social. Hay, en segundo lugar, un cómplice necesario: el ayuntamiento que hace plastilina de su Plan de Ordenación Urbana, con un afán rentista, y con la absurda coartada de que las masas son buenas para la economía. Y, tercero, hay víctimas: los vecinos, votantes y paganos de sus obligaciones tributarias, que ven que su patrimonio –los ladrillos entre los que viven– se deteriora a lo bestia. Si es que, en vez de autoexiliarse, tienen que seguir residiendo allí adonde habitan. Gente condenada a sufrir la caterva cada pocos días, cuyos efectos colaterales son crueles: los desquiciados estruendos musicales, las borracheras, los colapsos de movilidad, etc. (muchos etcéteras, y no de vez en cuando, sino crónicamente).
La paralización judicial del desahogo causa respeto... todavía. Eso ha pasado en Madrid. La denuncia del exceso de la marabunta por Taylor Swift y demás pifostios en el Bernabéu y en el área de la Castellana pareciera ser cosa de ricos. Pero “los ricos también lloran”, y ven temblar sus muros y su vida diaria por fenomenales ataques de decibelios ilegales. Su llanto, y su defensa en los juzgados, pueden constituir un precedente que dará lugar a derechos de otros barrios y otros vecindarios con menos palanca. Bendito precedente.
Ayuntamientos como del de Sevilla se han apuntado a la patente de corso del Dios Fútbol, beneficiario directo del Rey Evento: el derecho a divertirse de muchos a costa de otros. Una vergüenza hecha norma, justificada por (palabras del alcalde sevillano, José Luis Sanz) “favorecer la gestión, el impulso y el mantenimiento” de los equipos de su ciudad. Vale decir de los de cualquier localidad con estadios de miles de asientos, que los hay todas en las capitales andaluzas. ¿”Gestión”, no les vale con los millones del balompié? ¿”Impulso”, más impulso cabe? ¿”Mantenimiento”, mantenimiento de ampliaciones invasivas? La mayoría de los clubes de fútbol son sociedades mercantiles, y las que no figuran como tales son falsas asociaciones, más poderosas que el ayuntamiento de turno. ¿A cuáles empresas de tropa se les otorgan tales prebendas? ¿Y a cuántos particulares, que serán inclementemente castigados si se los pilla ampliando diez metros cuadrados en su propiedad por la denuncia anónima del primer chivato ante la Gerencia de Urbanismo de turno?
Todo lo cual lo afirma y firma un futbolero. Uno agradecido a esos damnificados de los alrededores del Bernabéu que defienden su existencia. La de los vecinos que han metido en causa a la autoridad competente ante una sospechosa bajada de pantalones de la administración local. ¡Justicia, por caridad! Esa valentía vecinal capitalina puede constituir un precedente que, ojalá, ponga coto a un abuso idéntico en otras ciudades. Los estadios de fútbol urbanos no pueden tener derecho de pernada. De pernada urbanística y empresarial. Zapatero, a tus zapatos. Que son botas de tacos. Y aficionados con su camiseta en días de amor a sus colores.
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