El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
Fue un lunes de mayo. Cuando la primavera ya es verano. Cuando llega la hora y se paran los relojes. Allí, donde el cante se hace rezo y la mirada oración, respondieron los hombres de la Virgen a una llamada a la serenidad, al sacrificio y a la responsabilidad. Hombres y mujeres sabían lo que había que hacer, y lo hicieron.
Valga una disculpa al buen hermano rociero si el procedimiento le sorprende. Aquí, si alguna vez es necesario, el fin justifica los medios y la salida de la Virgen se realizó con calma, segura, incólume. Ella es la Madre de todos los rocieros. El pueblo de Almonte tiene el legado.
Todos los rocieros compartimos el amor hacia Ella. Todos, cada uno en su lugar, con voluntad, comprensión y respeto, anhelan que luzca radiante nuestra respuesta a su llamada. Nadie sufre más que sus hijos si algo sale mal. Si alguien estuviese interesado en las claves o reglas internas que rigen la actuación del pueblo que tiene encomendada la procesión de la Reina de las marismas, peculiar y complicada como ninguna, sólo tiene que moverse entre sus gentes y observar. Con un simple trabajo de campo bastaría.
El paso de la Virgen del Rocío lo llevan hombres de Almonte, pero no sería posible realizar tan divina tarea sin el buen hacer de las mujeres de la Virgen. En ellas está el secreto. La devoción y amor que profesan hacia Ella irradian la fuerza, la decisión y el pundonor necesario en cada procesión aldeana y en los traslados hacia su pueblo cada septenio.
Ese mismo lunes, me decía en la ermita mi primillo Antonio, con bastantes procesiones ya a sus espaldas, que el pueblo de Almonte siempre supo lo que tenía que hacer en situaciones comprometidas. Incluso enfrentándose a la decisión del obispado o del cabildo municipal en el siglo pasado. O a la actuación indiscriminada de la dominación francesa dos siglos atrás. Las gentes del lugar siempre supieron lo que había que hacer, cuándo y cómo llevar sus andas, siendo conscientes de la responsabilidad que supone salvaguardar la tradición y velar por la Madre de Dios, la Virgen de las Rocinas.
Y aunque el brazo que ejecuta la acción es masculino, el motor que genera la energía se ubica en el corazón de las mujeres de la Virgen. Las mismas que en estos días preparan los techos de flores para recibir a la Pastora Divina. Las mismas que velarán por Ella cada día durante nueve meses gloriosos. Las mismas que portarán sus platas bajo la luna agosteña.
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