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Estaría bien contar en un libro los grandes momentos de la Bienal de Sevilla. La gran bailaora trianera Manuela Carrasco ha protagonizado muchos. Recuerdo sobre todo uno que tuvo lugar en el Teatro de la Maestranza el 24 de septiembre de 2002. Presentaba Esencias, y el teatro del Paseo Colón estaba lleno. Aquella noche le cantaron tres voces especiales invitadas para la ocasión: Antonia la Negra, Antonio el Chocolate y José el de la Tomasa. Así lo quiso Jesús Quintero, el productor, que dijo el día anterior en rueda de prensa: “¡Quiero un flamenco puro!”. Y tan puro.
Todos esperábamos que le cantara El Chocolate, que le llegó a cantar a Carmen Amaya y a su cuñado Farruco. Manuela lo eligió para que le cantara por seguiriyas y lo hizo de tal forma que a la trianera parecía que le ardía el vestido y que se lo apagaba a manotazos, como queriendo destrozárselo. Y cuando parecía que el gitano de Jerez, negro como un tizón, ya no podía más, le llegó una bocanada de aire fresco de la Cava de los Gitanos y le cantó el cambio de Manuel Molina. Manuela se fue para él como Lola Flores se iba para Caracol en las zambras, como queriendo comérselo, embrujada, y el teatro se vino abajo como si se hubiese producido un corrimiento de tierra.
La bailaora quiso repetir el pelotazo en ediciones posteriores contando con El Pele y Miguel Poveda, pero nunca lo logró, entre otras razones porque Chocolate hubo solo uno. A lo largo de su vida le habían cantado los mejores especialistas del cante atrás, de cuadro, pero nadie le había metido la seguiriya en el alma, como Antonio, que era el mejor seguiriyero del momento, una mezcla de Manuel Torres y Tomás Pavón. El éxito fue de Jesús Quintero, que pensó en los sonidos negros de don Antonio Núñez Montoya para que se enredaran en los flecos del mantón de la Diosa, posiblemente la bailaora más flamenca de la historia.
A la Bienal le sobran enchufados y le faltan locos, cabezas pensantes, románticos de lo jondo. El festival ha caído en la rutina porque programan las agencias artísticas. Poco antes de morir estuve hablando con Jesús en una cafetería del casco antiguo de Sevilla y recordamos el momentazo chocolatero, posiblemente el mejor de toda la historia del festival. Solo se le podría acercar el protagonizado por Miguel Vargas cuando vino a cantarle a la bailaora Rosa Durán en la primera edición del festival con Rafael Romero El Gallina mirándolo como un cernícalo y Antonio Mairena descompuesto en un palco pensando en cómo replantearse lo de la razón incorpórea.
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