Nueve meses que parecieron un lustro... o un sueño

La hojilla de alineaciones del Sevilla-Bayern, presentación de Maradona
La hojilla de alineaciones del Sevilla-Bayern, presentación de Maradona / M. G.

25 de noviembre 2020 - 21:38

¿Se imaginan que Brad Pitt se echa una novia sevillana y se afinca durante un año en una mansión en el Aljarafe? Pues algo similar ocurrió con la estancia de Diego Armando Maradona en la ciudad. Fueron apenas nueve meses.Y pareció un lustro, tal fue el aluvión de noticias que deparó. Por algo fue la estrella del fútbol que más ha trascendido al deporte.

Sí, el Diego, con sus gambeteos sobre la hierba y su aura de genio de la calle, ascendió al estrato máximo de popularidad, donde moran las estrellas de Hollywood o del pop-rock. De hecho, Brad Pitt estuvo paseándose por Sevilla con Jennifer Aniston hace años y nadie reparó en ello, con la mirada tan curiosa y hasta impertinente que distingue al sevillano y lo indiscretos que somos por aquí. A Maradona le da por hacer lo mismo, con gorra encasquetada y gafas de sol, y su foto tarda en colgarse en las redes lo que él tardó en sacar la mano ante el portero inglés Peter Shilton en el Estadio Azteca.

Cuando sucedió el gesto técnico más deliciosamente ilegal de la historia del fútbol, el 20 de junio de 1986, los españolitos aún teníamos dos cadenas en nuestros televisores. La primera y la segunda. En una daban el Inglaterra-Argentina, pero en pleno transcurso del partido, a mi padre le dio por cambiar momentáneamente el canal para ver algo puntual. De repente, resonó en todo el barrio un estruendo mayúsculo. Ni el gol de Señor a Malta. Salté y volví a México: en ese momento, repetían una jugada a cámara lenta. De qué planeta vino ese tipo para dejar atrás a tanto inglés...

El alboroto que provocó ese gol en todo el planeta, incluida Sevilla, es Maradona. Los más jóvenes deben hacer un ejercicio de abstracción: entonces sólo nos informábamos en España a través de una televisión de dos cadenas, periódicos y revistas y cadenas de radio. Y sin el omnipresente Gran Hermano de Internet, Maradona era tan conocido, admirado y quizás odiado en todo el mundo como su amigo Fidel Castro, a quien por cierto también visitó la Parca un 25 de noviembre.

Ese año 86 recibió el tratamiento de deidad, pero el Diego elegía el compañero al que entregarle la pelota infinitamente mejor que el compañero al que entregarle su amistad, y con ella, su confianza. Siempre rodeado de una corte. Siempre. Los periodistas que lo seguíamos a sol y a sombra esa temporada incluso disponíamos del teléfono de su casa. Hoy es imposible acercarse en la ciudad deportiva a un ninguno que dura tres meses en un equipo para que diga dos lugares comunes y entonces uno podía llamar al fijo del Diego. No lo cogía él, pero siempre te atendía alguien bajo un jaleo propio de una caseta de Feria. Con el tiempo parece mentira.

El mismo fútbol que lo elevó al altar mayor lo había sacrificado años después por su tormentosa autodestrucción en la 'notte' napolitana. Por eso uno de los mayores iconos sociales del siglo XX (su melena y el 10 a la espalda son tan reconocibles como la boina con la estrella de su admirado Che) aterrizó en el aeropuerto de San Pablo, la mañana del 13 de septiembre de 1992, aceptando la mano que Luis Cuervas y José María del Nido le tendieron.

El Sevilla, que por entonces era un club con muchas más ínfulas que músculo y plata, se le abrió como trampolín para la redención. Y lo que sucedió en los nueve meses posteriores fue como un extraño y absurdo sueño. Maradona encarnó como nadie la ilusión de todo niño pateando una pelota y a pesar de que también en Sevilla el lado más oscuro de su alma le acabó ganando el partido, con el tiempo, todos lo vemos como el ídolo entre ídolos, alzando al cielo la copa de oro.

-No te rías, acabo de soñar que Maradona jugaba en mi Sevilla, que le ganábamos al Madrid después de que no fallara un solo pase, que de repente engordaba de un día para otro y que al final se iba enfadado con su Porsche a 120 kilómetros por hora por la Avenida de San Francisco Javier.

-Tú estás fatal, quillo...

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