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Hace unos días estuve en el Mercado de la Encarnación. Para mi alegría lo encontré esplendoroso de productos y público. Caras conocidas y gente de fuera. Público del entorno de la Alfalfa y visitantes. Amigos madrileños ganados en los trabajos de preparación de la Expo 92 que vienen a comprar a la Encarnación en cada visita sevillana. Después de algunas semanas fuera de España, recorrer los puestos fue reencontrarme con los productos de toda la vida en su mejor versión. Carnes y pollería, pescados y mariscos, jamones y embutidos, aceitunas y encurtidos, bares y mucho más. Frutas y verduras perfectamente colocadas a modo de bodegones que nos proporciona la rica huerta de la ribera y los productos de todas partes que ofrece hoy el mercado de mayoristas.
"Todo tiene un aspecto estupendo", le dije al vendedor. "Sólo merece la pena madrugar para traer lo mejor", contestó. "Deme un par de cebollas". "¿Cómo las quiere: blancas, dulces, rojas, la tradicional?". La pregunta ya indica que algo marcha bien. La Encarnación funciona y el mercado está mejor que nunca. Ya sé que es mi opinión. Pero al menos yo opino delante de los puestos y después de comprar, que otros no se dan ni una vuelta por aquí.
Y también opino desde la memoria, porque recuerdo el Mercado de la Encarnación que presidía Proserpina y le daban guarda los puestos de flores de las esquinas. Y son recuerdos buenos como crónica de costumbres y también menos buenos, por la ciudad provinciana con sus escaseces que nos rodeaban. Y desde luego recuerdo también el anexo provisional del rincón durante treinta años. Que se dice pronto. Y el solar lleno de coches. Y los proyectos que cada dos por tres se anunciaban sobre la Encarnación.
Y ahora visito y compro en las nuevas instalaciones al cobijo del Metropol Parasol, que tanto buscan los turistas como los sevillanos. Un mercado bajo las setas. Así es el logotipo que aparece en la página web: mercadodelaencarnacion.es ¿No les parece un buen nombre si no tuviera ya uno mejor como es La Encarnación?
Gurumelos y setas Portobello daban la réplica desde los puestos de frutas y verduras. Los ojos se iban detrás de dátiles suculentos; y tiernas y verdes alcachofas, apiladas con cuidado, que el vendedor iba cogiendo con mimo, para servirme un par de kilos. La alcachofa de tierno corazón se vistió de guerrero, escribió Pablo Neruda. También me llevé unos chiles frescos. Tras idas y venidas, América se entremete en el corazón y el paladar. Echo de menos los aromáticos y suaves limones verdes para los ceviches que nos quitan allí el antojo de marisco y pescados blancos. En el mercado, nuevas generaciones junto a viejos placeros dispuestos a vender tras los mostradores. Curro que atiende según la buena escuela que dejó Paco. Angelito, Ángel y Ana María en los pescados. Rafael y Francisco en los jamones y embutidos. Pero hay cola. Claro, porque son buenos. Que me perdonen los que no cito. ¿Has nombrado al puesto de la carne de lidia? ¿Y a la pollería dónde le gusta comprar a tu hija? No, pero ya volveré por el mercado y me disculparé.
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