El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
Pisando área
El periodismo de la vieja guardia lo recordará con cariño. Tanto los que firmaban crónicas, un labrado y lírico género periodístico apreciado en su momento que distinguía a las plumas con sensibilidad, ciertos conocimientos futbolísticos y un estilo marcado, como los curritos y becarios que entonces se abrían camino y que eran carne de ruedas de prensa y la caza -grabadora en mano- de macutazos a jugadores asaltados camino de los coches en la selva del aparcamiento.
Entonces el médico del club, traumatólogo y con dotes de psicólogo, era como el compadre del periodista, que lo mismo lo llamaba por teléfono a la hora de la siesta que en un bautizo. En el corrillo en el que se atendía el parte de cada día, la retahíla de Antonio Leal-Graciani, hijo, enumeraba a varios miembros de la plantilla y sus correspondientes dolencias. Parada aparentemente finalizadora, miradas levantadas por un momento y expectantes... "Bueno -seguía-, y Tsartas, que tiene menismo". La pausa, interminable, cruzó el frío de la mañana en la ciudad deportiva José Ramón Cisneros Palacios. Mariano Martín Benito, el Ilustre, el sabio de Camuñas... veterano redactor de Marca, lo miró receloso sin quitar ojo a su libreta, su caligrafía arabesca y la punta del boli. "¿Y qué es menismo?". La sonrisilla ya desde antes se dibujaba en el rostro picantón de Antoñito, el más travieso de la estirpe que más médicos ha dado al Sevilla, los Leal, con sus diferentes castas: Castaño, Graciani y González. "Un huevo colgando y el otro lo mismo". Las carcajadas ilustraban el ambiente de camaradería que se respiraba entre futbolistas, médicos y periodistas, para los que el parte era la lectura diaria de las tablas del rey Salomón.
El recelo del profesional a las artes del médico del club y la búsqueda de una segunda opinión de confianza, generalmente proveniente de las selecciones nacionales, es tan antiguo como el propio fútbol. Convivieron con eso entrenadores, miraron para otro lado preparadores físicos y se tragaron sapos no pocos fisioterapeutas, con título y sin él.
Se entiende que el profesional que vive de su cuerpo busque -y si se lo paga de su bolsillo, más lícito aún- lo mejor para su rendimiento, mientras, por qué no decirlo, los clubes recortan de ciertos sueldos para no sólo elevar el caché de las plantillas (que al fin y al cabo es lo que debe buscar una entidad deportiva), sino contentar a representantes, retribuir a cargos ejecutivos y desviar gastos en materiales y obras. Los primeros conflictos aparecieron con los plazos de recuperación. Conflictos que aparentemente confrontaban con los periodistas, pero que en realidad con quienes generaban un problema era con los entrenadores.
No me voy a meter en si se ocultan las lesiones para no dar pistas al rival. A estas alturas nadie tiene que explicarme cómo ha cambiado el flujo de comunicación y también cómo se ha deteriorado el nivel del periodismo, pero al final lo que pasa es que de la propia actualidad, a veces más forzada de lo aconsejable y de lo natural, surgen situaciones que me recuerdan a episodios de siempre, de cuando los futbolistas se lesionaban delante de las cámaras, de cuando al médico lo podías llamar a su casa y de cuando aparecían lesiones desconocidas como el menismo.
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