La ventana
Luis Carlos Peris
De cómo la cuesta nos pasa factura
Antier hizo setentaisiete años de la muerte de Manolete en el hospital de los Marqueses de Linares. Ni siquiera la sublime elegía de Federico a Ignacio le resta literatura a la muerte de Manolete, ese torero que entretuvo a todo un pueblo entenebrecido por una posguerra que no acababa nunca. Y como toda muerte de torero, la de Manolete también va enriquecida por una frase que pide mármol y buril a gritos. Si José llamó a Mascarell en Talavera y Paquirri a Ramón Vila en Pozoblanco, en Linares debió sonar a testamento y mortaja la que silabeó Manolete: “Qué disgusto va a llevarse mi madre”. Y es que como colofón del drama quedó la pena de doña Angustias, esa madre desconsolada que hizo de parapeto entre su hijo y Lupe Sino, la novia puta y roja, y eso entonces era un problema sin posible solución.
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