La ventana
Luis Carlos Peris
El bisiesto se va, pero el panorama...
Equipos pequeños, mediocres e incluso buenos necesitan hacerse absolutamente impermeables en sus visitas de cada temporada a los dos colosos. Hollar el Santiago Bernabéu y el Camp Nou (eventualmente Montjuic) exige no regalar nada. Ni una sonrisa siquiera.
En el primer cuarto de partido en la montaña barcelonesa, el Sevilla de Xavi García Pimienta, que no parece un equipo pequeño pero tampoco ha demostrado aún que sea bueno, era como un globo lleno de agua. Era impermeable, sí, pero sugería que con un leve rasguño, se abriría en canal y se desparramaría con estrépito su líquida ilusión. Y sobrevino el leve rasguño con el contacto de Peque a Raphinha. Un contacto como es Peque, como inspira su apodo y como es su menuda figura, donde apenas se le marca la musculatura bajo su piel lechosa: un contacto leve, ligero, casi pueril. Un penalti, que lo fue, que puede llegar a ser penaltito abierto a interpretación si el infractor es el poderoso. Que no fue el caso.
Este equipo blanco que ahorma un buen entrenador, como es García Pimienta, aún está necesitado de mucha autoestima. Está en el proceso de creérselo por todas las dudas que arrastra de dos años atrás, por la atmósfera absolutamente tóxica que se respira hoy en el club y porque hay mucho jugador recién llegado que tiene ansiedad por demostrar que tiene nivel para defender tan pesado escudo. Ganar el derbi fue un subidón para él, claro que sí, pero enfrentarse con Lewandowski, Lamine Yamal, Raphinha o Pedri obliga a no dar la mínima dádiva. Pedrosa se la dio a Lamine en forma de metros en la jugada que Peque no midió y rasgó a Raphinha.
Hasta el penalti, el Sevilla parecía un buen equipo. El globo estalló y con él se nos agranda esa duda que ya latía: ¿Es este Sevilla un equipo bueno, mediocre o... pequeño?
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