El parqué
Caídas ligeras
Aburridísimo todo. Los madridistas de fuera de la capital, que los hay a millones y se revuelven con la agresividad de un león enjaulado que acaba siendo mucho más peligroso que los que crecen en su hábitat, viven sus días más felices. Solos en la aventura Champions, han visto tragar fango a su eterno rival, con una crisis existencial que engulle al no hace mucho idolatrado Xavi y goleado por el equipo que precisamente emplata la Liga a los de Ancelotti.
Se creen que la Liga y la temporada han sido de ellos y se equivocan. El curso futbolístico ha sido claramente de dos modelos que han sacado los colores al resto. Frente a los millones, las palancas o los estadios futuristas con terrenos de juego que se pliegan como si se guardaran en una caja de zapatos, en un campo sin cubierta en el que asoman los árboles de la calle se ha visto el mejor fútbol de la Liga.
La temporada ha sido del Girona y del Athletic, cada cual con su filosofía especial, valiente y sobre todo sostenible. Mientras a Tebas se le llena la boca al hablar del Fair Play financiero, en realidad echa de menos las ligas del pulso Messi-Cristiano Ronaldo e hiperventila y saliva cuando piensa en Mbappé.
El Girona de Míchel, ese invento de Pere Guardiola, demostró que sigue siendo posible que el fútbol puro gane a los poderosos. Porque aunque el título sea para el Madrid con cuatro jornadas de antelación –ya me dirán qué nivel puede tener un torneo en el que además el VAR fue otra vez una tómbola–, la Liga es para los de Montilivi, herederos honoríficos de aquellos rebeldes que ya casi no se ven: como la Real de Ormaechea, el Athletic de Clemente, el Deportivo de Arsenio, el Valencia de Benítez, el Atlético de Simeone y, por lo que acarició, hasta el Sevilla de Juande.
Lo de los de San Mamés ya no tiene nombre. Liderados por los hermanos Williams, su triunfo cuarenta años después en su competición es otro tortazo al fútbol-mercado y –vaya la felicitación por delante– al de la 36ª Liga del Real Madrid.
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