29 de marzo 2025 - 03:09

En una vida se viven muchas vidas”, escribe mi admirado hermano en Jesús Nazareno Rafael Roblas Caride, en el introito a su reciente publicación sobre nuestra Hermandad de El Silencio. Una frase certera para describir el juego de espejos donde contemplar la vida propia que es la Semana Santa.

Si acudimos a lo esencial y nos dejamos alcanzar por esa herida de vida es lo que da sentido y disipa periferias, debates y rodeos. Sean cuales sean tus distancias o tus búsquedas. Se cumple la frase paulina: “Ahora estáis cerca los que antes estabais lejos”. Hay tantos caminos abiertos donde nadie es excluido en este relato de vida. Esta herida de amor puede ser donada por la familia. O te alcanzará más tarde por los amigos de juventud… o por el barrio al que llegaste e hiciste tuyo al hacerte su cofradía de ella.

Podría ser como aquel niño que no descansaba en pedir que lo hicieran hermano de aquella cofradía que le asombró en la calle y solo acertaba –con su poca edad– a describir los colores de la túnica. Su paciencia logró el milagro de que sea para siempre la hermandad en la que ha permanecido junto a sus hijos, en este presente.

Ese acudidero personal donde percibes la acogida, donde encontrar un puerto seguro al cual regresar en las marejadas de la vida, puede ser para aquel joven su hermandad. Veo a tantos jóvenes acudir puntualmente desde lejos a su Misa de Hermandad, afanados en servir. Pongan nombres a cada día de la semana y hagan la extensión de este relato de vida a los chavales que ensayan en las bandas, a los que acuden pacientemente a las igualás. Veo a los jóvenes acólitos con la emoción latente de conocer su puesto en la cofradía y de soñar la luz de un nuevo Miércoles Santo.

Veo la foto de todo ese grupo, pleno y soñando sus proyectos en la vida. Se alejen o no en lo que les depare la vida. Volverán siempre donde encontraron una comunidad. Donde fueron descubriendo que tenían un lugar en el costado abierto de su Señor.

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