Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
Las Tres Gracias del presupuesto andaluz y Séneca
Nacimos del mismo árbol y nos criamos juntos. Desde pequeños, esos meses y ese curso que nos separaban eran circunstanciales ante una conexión basada en la fraternal amistad, la competitividad y el intentar hacer la cosas bien la primera vez. Él era más listo que yo y estaba más preparado, pero en competitividad… Ahí teníamos días. A las chapas, a las estampas, al fútbol callejero donde hacíamos una delantera letal siempre competíamos.
La vida me dio una oportunidad que nunca le dio a él, trabajar en lo que más me gustaba del mundo. ¡Lo que se perdió el Betis con Javier! ¡Cómo veía el fútbol, cómo vivía el fútbol, cómo sentía el fútbol!
El que no tuviera la oportunidad que yo tuve no significa que no fuera un apasionado de su trabajo. Lo vivía como periodista con mayúsculas, de los que escocían con su pluma, de los que no se casaban con nadie. Recuerdo cuando entré en el Sevilla que estuvo llamándome 15 días para saber si entraba y de qué entraba y no le di bola, no le di bola a mi hermano porque un hermano lo es para reír y sufrir juntos, no para filtrarle nada, y él siempre me lo respetó.
A él lo único que lo motivaba ya era ver crecer a su hijo, que era un futbolista zurdo que jugaba más o menos como yo, bien pero tirando a flojo (bastante mejor que Fede Quintero, eso sí); era como él, un ratón de área con mucha maldad e intensidad, y por él se preocupaba hasta el límite de quebrantar esa sana soberbia de no pedir jamás un favor.
Quédate tranquilo, Javier.
Tuve la oportunidad de despedirme de él, la oportunidad que me dio Toñi y que nunca podré pagarle, nunca. Entré con toda la entereza que pude porque nunca lo había visto enfermo, nunca quise porque quería recordarlo siempre como era, bastante mejor que yo. Pero lo hice.
Y vaya si lo agradezco, cuando nos miramos nos lo dijimos todo, toda esa infancia juntos concentrada en una mirada, toda esa conexión, toda esa vida dedicada a lo mismo, a intentar ser cada día mejores.
Inmediatamente vi que era el momento de preguntarle por un jugador que espero que sea el próximo fichaje del Cádiz. Le pregunté y me dijo que le gustaba con un “sí” reflejado según su cuidador, un chico nicaragüense, como refuerzo cadista para la próxima temporada en un solo cerrar de ojos; y en ese momento se le encendieron los mismos como la candelería de un paso de Semana Santa; su amigo le había consultado sobre lo que más le gustaba y más sabía del mundo y él se había sentido Monchi por un momento.
Para mí quedará ese rato para toda la vida.
Su madre estuvo con la mía hasta sus últimos días, quid pro quo. Hasta siempre hermano, en el equipo del cielo seré becario tuyo.
Manolo Vizcaíno, hermano de Javier Mérida.
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