Gratitud

La redacción de Economía fundacional.
La redacción de Economía fundacional.

03 de octubre 2024 - 03:03

Ya van dos intentos fallidos al ponerme a escribir lo que me ha encargado Luis Sánchez-Moliní —jefe de Opinión de esta casa— para el 25 cumpleaños de Diario de Sevilla, hijo de Cádiz. Después de un buen puñado de años y columnas, resulta que se me achican los dedos y sus yemas sobre el teclado al hablar de ese pasado, vivido con compromiso y pasión. Debe de ser que la habilidad lograda por la práctica –lo llaman oficio– permita que echar hora y pico en una pieza de hoy para mañana lo hagas sin mayor dolor, sea al pergeñar un comentario sobre la actualidad, o al sacarle tres párrafos a una anécdota o a un arrebato sentimental en un día de holganza. Pero, de pronto, resulta que te quedas trabado al tener que describir tus propios mitos y leyendas. Los de una mítica y legendaria redacción. A esta la considero mi casa desde hace todos esos años, donde ocupaba una silla propia en la sección de Economía a la caída de la tarde, cuando las aulas estaban comenzando a ser cerradas por los bedeles. 

Dijo Paco Umbral, liando la mundial en un programa ñoño de Mercedes Milá: “Yo he venido aquí a hablar de mi libro”. Salvando océanos de distancia, hoy vengo a hablar de mi periódico. Nunca monaguillo y menos fraile, sí fui pinche antes que cocinero en “el Diario”. Que así –“Papi, “¿vas hoy al Diario?”– lo llaman mis hijas. Una, nacida poco antes de la botadura de Diario de Sevilla; otra, cuando ya había puesto esta cabecera en el mercado, con histórico arrojo de empresa familiar, unos mil números. Millones de ejemplares. Un modelo de negocio que era y es inédito en España. Por qué callarlo: también queda nostalgia... y cuarto y mitad de vista cansada. Gratitud. 

Pasé, al principio, en Economía los ratos profesionales más asombrosos de mi vida, sólo comparables a no pocas clases. Después, tras alternar con Alfredo Martínez en una columna con seudónimo en un salmón, Ignacio Martínez me regaló un faldón en una revista de domingo, ya escribiendo sobre lo que me pareciera bien. No mucho más tarde, y con la aquiescencia de José Antonio Carrizosa, otro maestro del fuste de José Aguilar me cedió uno de sus espacios, un día en semana. Si tuviera dinero y no tuvieran ellos las casas que a buen seguro son deliciosas, les pondría yo un piso. 

De aquel paraíso de la memoria, recordaré siempre cómo el editor me soltó, como quien dice cualquier cosa, una reconvención o un mero aviso sobre –es de temerse– algunos petardazos en mis inicios: “Un columnista se hace con la confianza del editor”. Ya es finura. Eternamente agradecido. Y aceptemos eternidad como animal de compañía. Porque es en la fugacidad diaria de un periódico donde está su alma, su lírica y su belleza, su responsabilidad y su riesgo.

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