Visto y Oído
SoniaSonia
Demasiada ha sido el agua que pasó bajo los puentes desde aquel bienaventurado Día de Andalucía en que estas gacetas vieron su primera luz bajo la máxima de su director fundacional. “Este periódico nace haciendo saber que será más importante por lo que publique que por lo que calle”. Y así quiero creer que ha discurrido este primer cuarto de siglo, este periodo en el que tantos personajes han tirado la toalla. Como bien talludito soy de contar las muchas batallitas vividas y desarrolladas a diario en estas páginas. Como periodista orquesta que tocó casi todos los palos hubo una aventura que me marcó y fue el serial titulado Sevillanos gran reserva.
Una galería de perpetuos que tenían mucho que decir y que el tiempo se ha ido encargando de orillar para convertir a muchos en ciudadanos de la eternidad. El último ha sido hace unos días y fue el irrepetible Manuel Mantero, poeta excepcional y sevillano en el duro ejercicio del exilio. El segundo tiempo de su vida se desarrolló en la Universidad de Athens como catedrático de Lengua Española, y ese exilio, voluntario por supuesto, tenía su peaje. “Lo peor del exilio es dar clase el Jueves Santo”.
En ese serial concedió Rafael Montesinos su última entrevista en el domicilio madrileño de Pacífico. Y a la pregunta de si añoraba Sevilla, su respuesta no pudo ser más concluyente. Respondió el autor de Los años irreparables: “pero si yo jamás salí de Sevilla”. O cómo Manuel Olivencia desvelaba cómo lo ningunearon tras cesar en la Expo. “Ese 20 de abril yo estaba en Marruecos; entre otras cosas porque nadie me invitó”.
Presumía Gabriel Rojas de haber dejado Chipiona como la palma de la mano, sin una sola duna, mientras que Manuel Clavero declaraba que “sin los Pactos de la Moncloa, España se habría argentinizado”. Una fría mañana, en su piso al pie del Generalife, don Antonio Domínguez Ortiz, historiador y venerable profesor se confesaba: “Quiero a Granada, pero soy un nostálgico permanente de Sevilla”. Catedrático de Bioquímica y tantas veces candidato al Nobel, una calurosa mañana en su despacho de la Cartuja definía Manuel Losada Villasante así su profesión: “Investigar es como taladrar algo sin saber qué hay dentro”. Y ahí sigue investigando.
Último alcalde nombrado por Franco, Fernando Parias Merry, en su despacho de cónsul de Irlanda en la Plaza de Santa Cruz, explicaba su dimisión. “Me fui de la Alcaldía porque me parecía una falta de respeto que nos considerasen como fieles amas de llaves de la situación”. Esta galería de sevillanos se queda incompleta, casi todos han fallecido, y se remata con la eximia catedrática de guitarra española América Martínez: “Me gusta la alegría que siento haciendo sonreír a alguien que lo esté pasando mal, pero un cirujano me puso en silla de ruedas y ya no quiso verme más. ¿El secreto de la guitarra? Hacer que sus cuerdas lloren”. Este serial se publicó en 2002 y la mayoría de esos perpetuos ya no está con nosotros.
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