La ventana
Luis Carlos Peris
Realidad tras unos sueños infundados
Sueños esféricos
Kilyan Mbappé es un insensato. Se le ha ocurrido tener voz propia, salirse del adocenado rebaño, también de ese tedioso mundo de tópicos y lugares comunes que son las ruedas de prensa futbolísticas, y usar su descomunal capacidad de crear opinión, sobre todo en los más jóvenes con edad de votar, para hacer campaña contra la ultraderecha.
A ver si cuando se vista de blanco, con Florentino como padrino de voz baja, que no quebrada, es capaz de mantener esa personalidad que trasciende al terreno de juego y al mero juego. Promete diversión más allá de sus eléctricos cambios de ritmo y sus maniobras únicas ante la portería.
En esa misma línea apunta otro jugador que, como Mbappé, tiene un Balón de Oro, o varios, en sus pies: Lamine Yamal. A sus 16 años asombra su madurez ante el micrófono. Lo tiene tan claro como cuando pisa el área con la pelota cosida al pie, levanta la cabeza y elige siempre, o casi, la mejor opción posible. Si no se ofusca jamás y ve pases, entre una telaraña de piernas, que no se ven ni desde la tele del salón, cuando encara al periodista mantiene esa lucidez y aplomo.
En este mundo donde tantos ídolos venden carísimas vidas banales y frívolas como aspiración para su miríada de admiradores, recibo como un repentino vergel en el desierto que estos chicos se salgan del molde impuesto para proseguir el siniestro plan de aborregar a las nuevas generaciones.
Ambos exponentes, además, señalan con sus maneras sobre la hierba esa decisión que muestran ante la vida: el fútbol es un deporte con un vector supremo, el que señala a la portería de enfrente, y tanto Mbappé como Lamine, en un alarde de naturalidad, van como gamos hacia ella. Como Nico. Y como las selecciones que mejor lo están haciendo en Alemania. Valentía y verticalidad. La nueva doble uve del fútbol.
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