Esta es nuestra patria

Hoy comienzan a sucederse las horas más crueles de la Pasión, cuyos santos misterios estamos viendo representados a lo largo de todos los días de la Semana Mayor

El paso de palio de la Virgen de la Concepción del Silencio.
El paso de palio de la Virgen de la Concepción del Silencio. / Juan Carlos Vázquez

06 de abril 2023 - 05:02

JUEVES Santo. Se abre el políptico del Triduo Sacro en conmemoración de los misterios centrales de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Un año más, la ciudad se reencuentra, vibra, celebra una nueva y deslumbrante Semana Santa. Y amanece el Jueves Santo. Comienzan entonces las horas más santas de los días más santos. No por sí mismas, sino porque fueron las que empaparon su sangre. El Jueves y la Madrugada tienen sus propias “Scavi”, que deben ser visitadas, reconocidas y veneradas. Son los cimientos de la Semana Santa, “la piedra” sobre la cual se edifica todo y sin la que nada puede construirse: el Monumento donde se reserva el Santísimo Sacramento tras la celebración en los Oficios de la Última Cena y la institución de la Eucaristía.

En Roma, a doce metros por debajo del altar papal y del baldaquino de Bernini, se encuentra la tumba del apóstol Pedro. Las excavaciones (“scavi”) arqueológicas de la necrópolis ubicada en la colina Vaticana, nos sitúan en el lugar y el momento históricos: un cementerio junto al circo de Nerón donde San Pedro fue crucificado. Desde entonces, en aquella tumba descansaban los restos de la “piedra” elegida por Jesús para edificar su Iglesia. Pero, siendo de una belleza deslumbrante, no es la actual basílica el cimiento de la Iglesia; ni el templo constantiniano que la sustenta. Sobre la sencilla tumba de un pescador que escuchó la llamada de Jesús, y le siguió hasta dar su vida por Él, se ha ido construyendo, a lo largo de los siglos, el misterio de la Iglesia católica, humana y divina, porque Jesucristo resucitado está en medio de ella, como había prometido. Este es el verdadero cimiento, que cada generación de cristianos debemos renovar, siempre con Pedro –con cada Papa–, a la cabeza.

Por eso es tan excepcional el Jueves Santo. Así lo expresaba, admirado, el poeta Juan Sierra: “¡qué pulpa sagrada y silenciosa, revestida de azul y de clarines en la primavera sevillana, este jueves milagroso y real, con la realeza viva a inmarchitable de su nombre, de su brisa, de su lumbre, de su flor!”. Hoy comienzan a sucederse las horas más crueles de la Pasión, cuyos santos misterios estamos viendo representados a lo largo de todos los días de la Semana Mayor. Por eso Sevilla permanece en vela la tarde del Jueves y la Madrugada, acompañando al Señor preso en la mazmorra de Caifás, de tribunal en tribunal, solo, abandonado… Si no comprendemos lo que significan estas horas y no acompañamos a Cristo en ellas, no entenderemos nada de estos misterios ni el sentido de la Semana Santa. Porque aquí está la raíz donde todo comienza, como en la tumba de San Pedro. Por eso, el Jueves Santo es día grande, de gala, solemne; huele a sagrado, todo trasciende y nos eleva el espíritu. Como el pan que se alza en la consagración de la Misa, o la Victoria que se proclama, o las cuerdas que exaltan la Cruz, o los ramos bicónicos, o los ojos implorantes en el huerto, o las escaleras sobre la cruz y las sábanas, o el talón que se empina para levantar el mundo.

Cuando la tarde va declinando y el cielo se torna violáceo, recordamos las palabras de José María Izquierdo: “…Todo el cielo se ha hecho luna... El cielo se ha teñido de plata… Y la plata del cielo se ha tornado violeta…

La celeste blancura ha quedado un instante sin luz… Una luz más clara, menos alba y más áurea se anuncia…” Si el Jueves era elevación, la Madrugada que llega es profundidad. La concavidad hendida en la noche más desoladora de Jesús Nazareno, a merced de sus verdugos entre burlas y desprecios. Hasta que abraza la Cruz en el litóstrotos. Entonces la noche se cierne mortal sobre la ciudad, que taladra las horas con la memoria de los Nazarenos que fueron, que son y serán; que descoyunta el horizonte cegado con la zancada más poderosa; que lo iluminacon reflejos de esperanza muralla y espuma; que sacude la piedra de la calavera con el seco perfil del árbol de la Cruz; que resana sus heridas con la Salud invencible de un pueblo de reyes.

Hace unos días en Cádiz, en el Congreso Internacional de la Lengua Española, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, desde el dolor del destierro al que está condenado, declaraba que, si era nicaragüense, lo era a la manera de quien no podía ser de otra forma, por la lengua, algo que lo liberaba y de la que nadie podía desterrarlo, “porque la lengua es mi patria”. Con motivos indudablemente más amables, quienes habitamos esta noche única, decimos que nosotros tampoco podemos ser de otra forma, y que nadie puede desterrarnos de la Madrugada del Viernes Santo, porque esta es nuestra patria y este es nuestro Señor.

stats