La ventana
Luis Carlos Peris
Abundando en el cambio horario
La calle mostraba con pudor su sinsabor y despersonalización, sin querer asumir las secuelas del creciente progreso que le ha ido despojando de parte de su esencia.
Esta ciudad íntima que soñamos cuando la luz desfigura lo cotidiano y alarga los días dando calor al sentir del poeta: "lo que así recreas es el tiempo sin tiempo", ve perturbada su belleza por los nuevos comercios y franquicias vacías de historia y deja reflejar en sus escaparates el vestido de la nostalgia.
El olor a canela y miel se diluye en los edificios restaurados con premura que vomitan turistas atraídos por el color y la particularidad y pasean admirados ante nuestra sublime manifestación de cultura y fe.
Sevilla en Semana Santa es mezcolanza de pasión sentida y sorpresa de quienes intentan comprender la emoción que produce asomarse al balcón de la esperanza para ver pasar el bálsamo curativo del dolor del Hombre, e intenta asumir la imagen estrambótica que dejan los veladores donde perfectas mantillas apuran las últimas horas de la tarde, antes de la víspera soñada, junto a aquellos de ropa de estridente color que se despojan sin recato del luto requerido.
Se adivina un revoltijo entre lo banal y lo trascendental y aprendemos a convivir con el fogonazo de los flashes que rompe el recogimiento de una Madrugada de alma abierta, en la que se siente extraño quién la retiene en la cámara de la memoria del tiempo, quien se detiene a esperar el esplendor y la belleza sentado en una esquina de su mente.
Nada de eso queda reflejado en las frías y estrenadas cristaleras de las reformadas casas, ni queda grabado en la retina de los balcones sin colgaduras ni palmas. El regusto de la magia de candelería y canastilla barroca solo se graba a golpe de historia, tradición y fe, únicamente lo verdadero habita en el escaparate de la intimidad de la conciencia.
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