La ventana
Luis Carlos Peris
Reventa y colas para la traca final
el poliedro
Justo después de las elecciones, el encargado de un pequeño supermercado de barrio de una cadena onubense, también de pequeña dimensión, y familiar, me confió el sentido de su voto: Vox. No lo sé ni me importa, pero apuesto sin mucho temor a equivocarme que su salario neto no sobrepasa los 1.500 euros al mes. O sea, no es un pez gordo o un rentista, ni un terrateniente, ni un príncipe ni un dentista; tampoco mantiene poderosas redes de contacto, ni, cabe pensar, le interesa una política laboral liberal, sino otra de redistribución y acceso a servicios básicos gratuitos para él y su familia. Conozco a bastantes otros votantes de Vox que sí responden al arquetipo que podríamos definir como privilegiado o como señorito aspiracional y estético, melancólico franquista, español excluyente -o sea, de la única España posible, según sus ojos-, contrario al feminismo por principio, que se cachondea del cambio climático, de la violencia de género y de los maricones. Quiero con esto representar que el arco político está sufriendo una transformación profunda, casi filosófica: las ideologías mutan, y los efectos de tal metamorfosis se perciben en todo el planeta, y aquí también. Unos, por el putsch -significa algo así como golpe de Estado- secesionista catalán; otros, por vivir en barrios cada vez más poblados de inmigrantes; los extremos se permutan o, al menos, votan a lo mismo: al miedo, contra el que votan con altas dosis de hígado y epidermis. Surgen electores improbables, e incluso irracionales: votan justo lo que hasta hace dos días -mal contados- proponían sus teóricos oponentes o contrarios. Tiempos de liquidez y mixtura. La economía, la objetividad, al menos teórica, no está de moda, no cotiza electoralmente. Y todo parece estar del revés.
Ayer supimos que Boris Johnson, del partido conservador que lleva ganando al laborista unos comicios tras otros, ha arrasado en las elecciones del domingo. Más concretamente, ha arrasado al Partido Laborista liderado -mal liderado, se diría- por Corbyn. De manera análoga al porqué del enorme incremento del voto a Vox -Cataluña, aunque no es el único - en España, el motor de este cambio de tendencia de voto en un par de meses es el Brexit, el miedo y el rechazo al otro: el europeo inmigrante, el euro, a Alemania y Francia, a los países mediterráneos, a Rusia y China; todo esto y más en una coctelera y servido con muchos grados de emocionalidad (o sea, miedo, aunque no sólo). Johnson, un clown intelectual y competitivamente poderoso y extravagante, ha jugado sus bazas. Y lo han votado muchísimos de los que de toda la vida votaron socialista (a la británica). Y viceversa con Corbyn, que se ha dejado muchos pelos en la gatera. Quizá todos.
Mientras el más joven Gran Londres y la metrópoli financiera -casi un millón de empleos alrededor de la gran cámara de compensación financiera nacional, aún europea y global que es la capital del Reino Unido- ha votado anti Brexit, o sea y por tanto, bastante laborista, en contra de su natural esencia liberal y torie, las zonas más deprimidas, obreras y rurales, además de muchos mayores pensionistas, han votado en contra de su querencia y, lo dicho, su esencia natural: han votado el mensaje nacionalista británico de Johnson, un altoburgués con tics aspirativos de aristócrata (su forma de hablar es en esto paradigmática). Los segmentos o grupos homogéneos socioculturales se comportan al contrario de sus pautas de voto tradicionales o típicas. No son la economía y los mensajes racionales los que dominan un panorama de una Europa en cambio dramático (que así llaman en inglés a lo radical). Parafraseando la famosa máxima de aquel asesor de campaña de Bill Clinton, "es la epidermis, y es el miedo, estúpido".
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