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España sufrió en 2020 de forma muy dura la pandemia de coronavirus, no sólo en término de contagios, hospitalizados y fallecimientos, sino también en términos económicos, con un retroceso del PIB del 10,8%, el mayor de todos los países desarrollados. Este mal comportamiento económico se ha explicado por las singularidades de la estructura productiva (especialización en servicios que exigen una elevada relación personal), el predominio de microempresas, el elevado empleo temporal, la reacción sanitaria tardía y no suficientemente adecuada, y la insuficiente política de sostenimiento y recuperación económica.
Dado que la contracción económica sería profunda, pero temporal, se preveía que no dañaría significativamente las capacidades productivas, por lo que para 2021 se esperaba un rebote económico de mayor intensidad en los países en los que habían sufrido un golpe mayor con la pandemia. Por esa razón, el FMI, la OCDE y la Comisión Europea pronosticaron que la economía española se encontraría entre las que liderasen la recuperación económica en 2021. Sin embargo, al finalizar este año, y sin estimaciones aún del comportamiento del último trimestre, se puede asegurar que el balance del año, aunque positivo en términos de crecimiento del PIB, será significativamente más modesto de lo que se preveía (del 6,8% inicial al 4,5%, según las previsiones de la OCDE), y también menor que el de la mayor parte de los países desarrollados.
Siendo el PIB la principal variable para valorar la entidad económica de un país y su dinámica de crecimiento, otras variables enriquecen la caracterización económica de los países y su posible evolución. Por ello, tiene particular interés el análisis comparado que ha presentado esta semana The Economist del comportamiento económico de 23 países ricos en los dos años de pandemia, más precisamente desde el cuarto trimestre de 2019 al tercero de 2021. Según este balance, los países desarrollados han superado en 2021 lo perdido en 2020 en PIB y empleo, pero la pandemia ha dejado ganadores y perdedores. Entre los primeros se encuentran los países bálticos (Dinamarca y Suecia), siendo destacada la posición de Estados Unidos y Canadá, mientras que buena parte de los países europeos no han tenido un balance positivo, correspondiéndole la peor posición (23º) a España.
El ranking ha sido construido sobre cinco indicadores económico y financieros: PIB, ingresos familiares, comportamiento de la bolsa de valores, inversión empresarial y endeudamiento público. En cuanto al PIB, en los siete trimestres contabilizados diversos países consiguieron superar el nivel prepandémico, mientras que en España aún es un 6,6% inferior que al final de 2019, arguyendo como principal motivación las limitaciones a viajar y su impacto en el sector turístico, en el que España tiene de las más altas tasas de especialización mundial.
En cuanto al ingreso familiar, algunos países lo han mejorado gracias, además del aumento del empleo, a las transferencias gubernamentales a las familias, como en Estados Unidos con 2 billones de dólares de transferencias en los dos años. En España la renta real por habitante se encuentra un 6,3% por debajo de 2019.
El comportamiento del mercado de valores da indicios sobre el atractivo de un país para los inversores internacionales, habiendo experimentado aumentos generalizados, por encima del 50% en Dinamarca y Suecia, y también muy elevados en Canadá y Estados Unidos, dinamizado por empresas tecnológicas y del sector de la salud. España, con una caída del 7,2% del precio de las acciones, es el único país junto al Reino Unido (-2,2%) con un retroceso de la bolsa.
El endeudamiento público ha aumentado en España en 170.000 millones de euros desde el inicio de la pandemia. También ha aumentado en casi todos los países, pero teniendo en consideración el nivel de partida, la relación entre la deuda pública y el PIB de España es de las más elevadas entre los países considerados, aunque superada por Italia y Japón.
Finalmente, en la evolución de las inversiones empresariales destacan una vez más Dinamarca y Suecia, además de Estados Unidos e Italia y, una vez más, el balance inversor en España en estos dos años es negativos (-6,5%), aunque en este caso mejora el retroceso del Reino Unido, afectado por las incertidumbres tras el Brexit.
La acumulación de indicadores negativos pone de manifiesto que la economía española no sólo está sufriendo con más gravedad la pandemia y que nos estamos quedando descolgados de la recuperación de los países desarrollados, sino que tenemos problemas estructurales que condicionarán nuestro desarrollo económico futuro. Si compartimos la importancia del desarrollo económico para soportar el progreso social e individual, bueno sería no convertir este negativo balance económico en un motivo más del rifirrafe político, sino en una reflexión sosegada de sus motivaciones y sobre los necesarios cambios de orientación de algunas políticas públicas.
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