Manuel Campo Vidal
Valencia: además, catástrofe comunicacional
Tribuna Económica
En algo que coinciden los analistas, sobre este nuevo mandato de Donald Trump, es que probablemente aumentará los riesgos en múltiples campos, como la política comercial, la migratoria o la militar. Por resumir, con Trump de nuevo en la Presidencia serían más probables desde los desastres medioambientales, hasta las guerras, y no sólo las económicas.
En un último intento desesperado por ayudar a impedir su triunfo, la prestigiosa The Economist publicó el 31 de octubre una columna titulada “un segundo mandato de Trump conlleva riesgos inaceptables” (A second Trump term comes with unacceptable risks) en el que se plantean algunos de estos escenarios adversos. Fue un esfuerzo vano, del que sus autores eran plenamente conscientes, ya que, en una pieza anterior, habían defendido la impermeabilidad de sus seguidores al lenguaje demasiado intelectual y académico, como el que precisamente utiliza The Economist.
Pudiendo compartir estos temores, quizás sea pobre este análisis, porque obvia una de las muchas paradojas que rodean a Trump. Concretamente, que, a pesar de ser un catalizador de riesgos e incertidumbres, también en una fuente clara de certezas y seguridades. El primer mandato de Trump nos muestra la fidelidad del personaje al cumplimiento de su programa electoral. Prometió que endurecería la política migratoria, construyendo un muro con México y se puso a construirlo, prometió subir los aranceles a los bloques comerciales con los que EE.UU. tuviera balanzas deficitarias y lo hizo, o dijo que bajaría los impuestos a todas las rentas y lo cumplió, así como el favorecer los combustibles fósiles, especialmente mediante fracking, frente a las renovables.
Sin entrar a cuestionar lo improcedente de muchas de estas acciones, ya que excedería largamente el espacio de esta columna, lo cierto en que llama la atención su determinación política en una era en que no son infrecuentes los políticos que se escudan en la coyuntura, la propia burocracia o la ajena, como la tecnocracia de Bruselas, para no cumplir las promesas electorales con las que cincelaron sus triunfos, haciendo buena la máxima del político francés Jacques Chirac, de que las promesas electorales solo comprometen a quien se las cree. Pero en la política actual, especialmente tras la crisis financiera, hemos entrado en nueva etapa donde se ha normalizado que un político pueda acabar aprobando medidas que no estaban en su programa o haciendo lo contrario que prometió que haría o, incluso, haciendo lo que dijo que nunca haría, sin que medie referéndum alguno, como con la OTAN.
No es descabellado pensar que esta deontología política más laxa, representada por una dubitativa (antes no fracking, ahora sí fracking…) y poco dada al compromiso Kamala Harris, frente a la determinación de Trump en el cumplimiento de sus promesas, haya favorecido que las mismas personas que si Trump, el deshonesto cumplidor, fuera su vecino jamás le hubieran comprado un coche de segunda mano, pues hayan decidido entregarle la gestión de su país, el más poderoso del mundo, como se ufanan en recordarnos.
Luego, aunque Trump incremente futuros riesgos globales, estos son fácilmente predecibles, no serán cisnes negros. Por ejemplo, su más estricta política migratoria incrementará los flujos migratorios latinoamericanos a Europa o habrá que gastar más para garantizar nuestra defensa, a la vez que debemos explorar nuevos mercados para nuestras exportaciones. Por lo que no hay excusa para no empezar a prepararnos para estos probables shocks externos.
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