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Otra vez vuelve el Ayuntamiento a implantar un aparcamiento en superficie, (de 80 plazas nada menos) en el amplio espacio que se encuentra libre de edificaciones en el entorno de la Torre de la Plata y con fachada a la calle Santander. El empecinamiento en mantener tan inapropiado uso en un enclave de alto valor patrimonial e histórico sólo puede entenderse por ignorancia o falta de sensibilidad. Siendo esta última carencia más difícil de subsanar permítaseme, al menos, aportar algunos datos que alivien aquella otra.
En primer lugar, hay que indicar que, desde la conquista castellana, todo el recinto amurallado que conocemos como Casa de la Moneda, y en donde se incluye este espacio, formaba parte del Alcázar y era denominado “Atarazanas de los Caballeros” por servir de cárcel para nobles. Las zonas edificadas para los usos carcelarios se ubicaban en torno al espacio de la actual calle Habana, mientras que la zona que nos ocupa serían huertas y jardines.
El conjunto fabril se implantó en la zona entonces edificada, mientras que el espacio que nos ocupa quedaba fuera de su primera delimitación, aunque posteriormente se incorporaría. Según la profesora Espiau Eizaguirre en su publicación La Casa de la Moneda y su entorno: Historia y Morfología, el uso de este solar fue “objeto de controversia” entre la Corona y el arquitecto responsable de las obras, Juan de Minjares. Este pretendía dedicar esta zona de huertas a la construcción de viviendas y almacenes para alquilar, a lo que se negó Felpe II, quien ordenaría que se destinase este solar para “recreación del tesorero y fundidor, donde se hagan jardines”. Durante poco tiempo se respetaría la voluntad real pues, a inicios del XVII, ya existía aquí un corral con 58 viviendas, primero conocido por el nombre de su arrendatario, Rodrigo de Segovia, y más tarde por el de Corral de las Herrerías, ocupado mayoritariamente por herreros de la Real Fábrica. La edificación consistía básicamente en una construcción adosada a la torre y murallas perimetrales, organizada en torno a un patio interior y que, con algunas modificaciones, se integraría dentro de la propia Casa de la Moneda a lo largo del XVIII.
Tras el traslado a Madrid de la fábrica, el cierre definitivo de la actividad se produce en 1868 y los terrenos salen a pública subasta entre particulares, obteniendo Manuel Marañón la propiedad de la práctica totalidad de la gran manzana que la dedica principalmente a viviendas en régimen de alquiler. Este espacio que estudiamos continúa su uso como corral de vecinos hasta que, en 1931, el arquitecto José Espiau proyecta su reconversión en un garaje de 20 plazas en la planta baja y habitaciones en la alta. Con este uso y con la denominación de Garaje Torre del Oro se encuentra cuando, en 1985, el equipo de técnicos municipales compuesto por José María Cabeza, José María Morales y quien esto suscribe iniciamos la rehabilitación de la Torre de la Plata y su entorno inmediato. Las construcciones ocultaban por completo la muralla y la torre, salvo la coronación de ésta, mientras multitud de vehículos se apiñaban a su alrededor. Seis años de trabajos y una importante inversión económica fueron precisos para liberar, restaurar y poner en valor tan importante fragmento de nuestro recinto amurallado almohade; espacio que, por cierto, está declarado Bien de Interés Cultural al igual que el resto de la Casa de la Moneda.
La investigación arqueológica, llevada a cabo en toda la extensión de este solar, en 2001, puso de manifiesto la imposibilidad de superar la profundidad, de -2,80 metros, por la presencia de agua del freático, así como la necesidad de respetar y conservar en su emplazamiento una pileta decorada del siglo XVII, “muy singular”. Con estas limitaciones se hace imposible ejecutar la propuesta del Plan Especial de Protección consistente en un edificio de cuatro plantas bajo rasante hasta alcanzar los -15 metros. de profundidad. Procede, por tanto, modificar el Plan Especial y decidir un nuevo uso para este espacio.
Resulta cuanto menos paradójico que, tras rescatar mediante un costoso proceso expropiatorio, unos suelos utilizados entonces como estacionamiento y reparación de vehículos, para poder destinarlos a espacios libres y equipamientos, al cabo de los años se los vuelva a destinar a unos usos similares a aquéllos, incluso con una mayor densidad de ocupación. Todo ello sin olvidar posibles reclamaciones por derechos de reversión de los propietarios anteriores. Y si se argumenta que este uso es “provisional”, no se olvide que la vez anterior que se dedicó a este fin también era provisional y duró cerca de 20 años.
Hora es ya que el Ayuntamiento decida cuál será el destino definitivo de este enclave monumental y que, conocidas las limitaciones arqueológicas y físicas para levantar nuevas edificaciones, no debería ser otro que el propuesto en su día por el Rey Prudente: espacios libres y jardines para la “recreación” de los sevillanos.
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