La ventana
Luis Carlos Peris
La Navidad como pata de un trípode
Este derbi me supo a déjà vu. Recuerdo varios partidos de rivalidad sevillana en Nervión de pelaje muy parecido. Aquel del Domingo de Feria del 96 resuelto con un gol del zurdo Suker con la derecha bajo la lluvia; o aquel del 12 de octubre de 1999, Liga en el que el equipo de Marcos Alonso era peor y sin embargo acabó goleando; o aquel de 2005 en el que los blancos jugaron con uno menos muchísimo tiempo por la expulsión de Javi Navarro, acabaron con dos menos por la roja a Maresca y sin embargo aguantaron el 1-0 hasta el final.
Los derbis atienden a un código distinto. Un código escrito con sangre, que nace de las vísceras y que diluye la teórica superioridad técnica a poco que te arrugues. Y el Betis, se suele arrugar. Más de la cuenta. Cuando ha sido mejor equipo que el vecino, como pasa ahora, no ha ganado con la asiduidad que la lógica insinuaba. Y a veces, hasta ha perdido. Sin embargo, cuando los heliopolitanos han sido inferiores, rara vez le han metido las cabras en el corral a los nervionenses.
Doce derbis seguidos de Liga sin ganar no pueden ser casualidad. Y no sólo no lo ganas, sino que te doble las rodillas un Sevilla menguante, sin duda el peor equipo desde que abrió su era dorada en la campaña 2004-05. Un baldón muy vistoso el de Manuel Pellegrini, que ha dirigido los últimos nueve duelos de rivalidad local en el campeonato que da de comer.
El Ingeniero no dirigió a sus piezas con la sapiencia que acostumbra. Ni se entiende que mantuviera hasta casi el final del partido a Ricardo Rodríguez, derretido en el fuego de Nervión desde el primer minuto, ni se entiende que mantuviera sobre el terreno de juego a Natan llorando de dolor por su lesión.
Enfrente, el Sevilla sólo destapó sus defectos cuando alguno de atrás quiso jugar a la pelota y la regaló en zona de riesgo. E impuso sus virtudes, que atienden hoy más a la víscera. A la sangre con la que se escribe el código de los derbis.
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