La ventana
Luis Carlos Peris
El nepotismo se convierte en universal
Tras la kermés de carácter benéfico que ha organizado Feijóo este semana hay dos explicaciones posibles: una falta de talento político alarmante en el PP; o como segunda opción, que Puigdemont guarde material inflamable (grabaciones, documentos, etc.) recogiendo sus negociaciones con el PP y que eso tenga a los populares a pique de un repique porque saben del alcance del material. Vaya sino el del PP: entre Villarejo, Bárcenas y Puigdemont se tira media vida amenazado por la existencia de documentos delicados. Si no es la segunda opción –el miedo cerval a algo que no puedan explicar porque contradice todo lo que han dicho y hecho–, es incomprensible esta inmolación de un líder ante las cámaras. Sea como fuere, Feijóo se ha colocado él solito en una situación comprometida. Tanto, que si las elecciones gallegas de hoy le quitan el Gobierno al PP su carrera política habrá acabado al cierre del recuento electoral. Le imputarán el desastre de haber admitido la posibilidad de una amnistía condicionada en el momento más inoportuno, le exigirán explicaciones por haber accedido a negociar con Junts y a hablar con ERC y lo harán responsable de un relevo mal ejecutado en Galicia. Es posible que no ocurra y el PP continúe gobernando, pero lo de negociar con niños y amanecer humillado sirve para todos.
Junts y Puigdemont son como la cizaña: una mala hierba. Todo lo que tocan lo contaminan. Tóxicos, como el individuo cizañero que con maestría plasmaron Goscinny y Uderzo. Le ha ocurrido al PSOE y ahora al PP. Sin embargo, hacer política es contaminarse. Rozarse con otros cuerpos políticos con los que compartes nada o muy poco. La política no consiste en encerrarte en tu esfera pura, sino lo contrario: bajar al barro y pisar los territorios del disenso para tratar de cerrar acuerdos con el discrepante en aras a un bien común. Pero ese ejercicio implica la responsabilidad pública de la transparencia y la valentía política de admitir y explicar tus posiciones, no de negarlas como colegiales cogidos en falta.
El PSOE lo ha hecho, con valentía, necesidad y desesperación a un tiempo. Guste o no guste su pacto, Pedro Sánchez ha acometido lo que le tocaba una vez que decidió que la aritmética postelectoral le servía para tratar de gobernar de nuevo y pagando un alto precio. El PP ha hecho justo lo contrario. Especialmente contra la amnistía: leña parlamentaria, leña judicial y leña en la calle. Hasta ahora, cuando por miedo a una revelación de Junts, han decidido contarnos parte de la verdad. Puigdemont ha enviado una carta a sus eurodiputados amenazado con algo parecido a tirar de la manta de las negociaciones con el PP.
Así que Feijóo se encerró con 16 periodistas el fin de semana pasado en la calle Génova y les contó que el PP estaría dispuesto a indultar a Puigdemont si se dieran varios supuestos: que el líder de Junts se entregue a la Justicia, que se arrepienta, renuncie a un referéndum y a la vía unilateral para la independencia y retorno al carril constitucional, donde posiblemente nunca ha estado del todo Puigdemont. Ninguna de las condiciones se da ni se van a dar, pero la propia asunción del PP de la opción de la amnistía como un camino para resolver el conflicto lo cambia todo. No se trata de si el PP cedió o no cedió sino de si considera útil y posible a efectos políticos una herramienta –una ley de amnistía– para resolver conflictos. Y lo que sabemos ahora es que el PP cree que sí aunque hace y dice justo lo contrario de lo que cree.
Eso sí, el PSOE debería haber exigido a Puigdemont lo mismo que plantea el PP como condición imprescindible, aunque en ese caso no habría gobernado. Pero eso no oculta que mientras que el PP percutía desde todos lados contra la amnistía sus dirigentes habían ofrecido a Puigdemont otra amnistía como salida, pero amnistía, al fin y al cabo, ese concepto sobre el cual el PP lleva meses diciendo que es inconstitucional, indeseable e inmoral. Una ley contra la que ha anunciado acciones judiciales políticas y ciudadanas. El problema de la amnistía planteada como lo ha hecho Pedro Sánchez es que no obedece a la convicción de que es el mejor plan para recuperar la convivencia en Cataluña y restañar heridas sino a la necesidad de sumar los siete votos de Junts para gobernar. Lo que puede cambiar todo en Cataluña es un posible gobierno de un partido constitucionalista como es el PSC. Eso sí que cambia las cosas. Los problemas hoy pertenecen sobre todo a la esfera de cientos de personas que cometieron delitos y la justicia ha dicho que deben pagar por ellos. Entre ellos Puigdemont. Esa cizaña que crece en Bruselas.
La mera convocatoria del propio líder en la calle Génova un sábado por la tarde y en medio de la semana decisiva de las elecciones gallegas a 16 periodistas es una acción que por sí sola transmite angustia, urgencia, descontrol, improvisación y temor. El mensaje es el medio. Quien aspire a gobernar debe intuir cuáles serán las consecuencias de una revelación como esa. Y debe estar dispuesto a asumirlas. Negarlo todo, ofender a los informadores –los 16 coincidieron sustancialmente en sus titulares– es mala idea. E incluso manipular los hechos tratando de confundir a la opinión pública al desacreditar una ironía de su propia cosecha –ofrecerle el ministerio del Interior a Otegi– metiéndola en el mismo saco de la idea que él mismo manifestó de abrirse a negociar una amnistía con condiciones es una estrategia de totum revolutum, mezclando lo absurdo con lo posible. Mala cosa en un líder.
Los hechos son que González Pons habló con Turull (Junts) para explorar un acuerdo. Y el diputado Carlos Floriano habló con Teresa Jordá, también parlamentaria de ERC. Según ERC "para construir" una mayoría. Según el PP, hablaron del tiempo. Qué más no sabremos.
Asustados por a la repercusión de lo que creían una implosión controlada, los populares han movilizado a sus barones para darle cobertura a Feijóo tratando de decir que no ha dicho nada nuevo –como si viviéramos en Babia– y acusar a algunos medios de mentir. Directamente y sin anestesia. A algunos presidentes autonómicos no se les iba el susto de la cara –demudada "la color"– mientras trataban de explicar a su líder. Perplejos e inseguros, se mueven mejor con el argumentario ya ensayado contra la amnistía. El contorsionismo en política suele dejar dolorosas lesiones. El PP demuestra que no solo no tiene una estrategia clara –este bandazo es histórico– sino que ha estado sobreactuando desde hace meses cuando su propuesta política podría haber pasado por una amnistía, que según el propio partido, según y cómo, podría ser constitucional. Notición. ¿Merece la pena hacer política así? ¿No hubiera sido más constructivo para todos haber planteado en el parlamento su verdadera disposición, haber tratado de pactar los límites de una amnistía con el PSOE y haber explicado públicamente y con transparencia cuál es su política para Cataluña?
En resumen: Feijóo se ha hecho un nudo marinero en las piernas, complicando las gallegas, dándole aliento a Vox y desconcertando a su amplia parroquia. Pero no debían haber pensado mínimamente la estrategia y ya han dado marcha atrás: es más fácil desmentir a los periodistas aun desmintiéndose a sí mismos que asumir el coste de su posicionamiento. Y es más rentable demonizar a un partido por cosas que tú mismo estarías dispuesto a hacer aun con límites diferentes. No es nuevo en el PP. Los gobiernos del PP también negaban la mayor aunque hacían lo mismo que el PSOE: negociar con ETA. Durante el Gobierno de Aznar, tres representantes del Ejecutivo se sentaron en Zúrich con Mikel Antza y Belén González Carmen, con el obispo Uriarte como "moderador"; excarcelaron a 306 etarras, de los cuales 64 tenían delitos de sangre; acercaron a 43 etarras al País Vasco durante el secuestro de Ortega Lara; aprobaron en el Congreso dos mociones con la nueva orientación en la política penitenciaria para propiciar el fin de la violencia; acercaron a 120 presos y permitieron el retorno de 300 "exiliados". En cambio, acusaban al PSOE de "ceder al chantaje de ETA" o "de traicionar" a los muertos. Le cuesta al PP hacer política y mantener sus posiciones. Pero eso de tirar la piedra y esconder la mano ya no funciona.
Veremos si hay un segundo capítulo, porque también el PNV amagó durante la investidura con contar las negociaciones con el PP, de las que sabemos poco pero intuimos mucho. O cambia de estrategia el PP o perece bajo las garras de Vox – cuyo líder ya ha afirmado que este caso es "una estafa al pueblo español"– y la incomprensión de los suyos. O el PP empieza a contarnos sin tapujos sus propuestas políticas o solo podrá ser visto como un partido que oculta la verdad, que utiliza las instituciones para desestabilizar al adversario y como una formación desconfiable porque nunca sabremos lo que de verdad está dispuesto a hacer. Ya le ha ocurrido al PSOE con la amnistía: ha pasado del no al sí y ahora el PP transita un camino parecido. No saber qué se puede esperar de nuestros principales partidos es desalentador. Negro panorama.
Al partido, a los líderes regionales, los cuadros, la claque mediática y a los votantes se les ha quedado cara de preguntar: "¿Y qué decimos ahora, Alberto?"
Barbate I
Barbate es un pueblo de trabajadores, de gentes que con mucho esfuerzo salen adelante. No es el Medellín de Pablo Escobar ni un territorio inexpugnable en el que ni entran las fuerzas de seguridad ni se puede pasear por sus calles. Tampoco es un territorio descuidado ni dejado de la mano por las administraciones. Siempre se puede hacer más pero no es cierto. Desde hace décadas las diferentes administraciones han probado planes especiales sectoriales, formativos, han destinado esfuerzos relevantes para enganchar a la juventud a actividades laborales y se ha tratado de enderezar a miles de personas al margen de las actividades delictivas. Todo o casi todo ha fracasado. La imagen del narco Antón el viejo paseándose con un león de la mano por el pueblo, los números de motos vendidas per cápita o las tienditas que afloran sin que nadie sepa de dónde salen los créditos se elevaron a paradigma de un pueblo que no merece esta condena social ni una imagen tan degradada. Pero muchos chavales y otros ya no tan chavales siguen trabajando en la droga. Con demasiada tolerancia social, escasa ayuda a las plataformas y asociaciones que lo denuncian y una moral laxa instalada en muchas familias respecto a vivir del narco, que es mucho más rentable y aliviado que trabajar. Eso es Barbate, un pueblo en un entorno privilegiado que estaba saliendo del boquete gracias a su gastronomía vinculada al atún y ahora descubre que elefante estaba en la habitación y nadie quería verlo, para pesar de la inmensa mayoría de barbateños honrados.
Barbate II
Un Estado como España no puede perder esta guerra contra el narcotráfico. Hay que advertir que es una actividad que existe hace 40 años y se desplaza cíclicamente, según los apretones, desde La Línea a Sanlúcar. Pero da igual, no nos podemos permitir tener patrulleras cochambrosas y menos medios que ellos, aun sabiendo que la droga tiene presupuestos ilimitados. Acaba de anunciarse una inversión de 2.400 millones de euros en la ampliación del aeropuerto Adolfo Suárez. ¿Cómo no va a haber medios suficientes para evitar que unos vulgares narcotraficantes asesinen a dos guardias civiles en la bocana de un puerto? Nada nuevo, desgraciadamente. Pregúnteles a los jueces, los fiscales, los vecinos y los agentes destinados a la zona y les contarán su día a día.
Barbate III
El presidente del Gobierno cometió un grave error al no acudir al entierro de los guardias civiles asesinados. Ese día, en Barbate, nos asesinaron un poco a todos, disculpen la hipérbole. Ha sido un suceso que ha sobrecogido a la ciudadanía y que afecta a servidores del Estado. Si no fue Sánchez por quedarse en los premios Goya, muy mal. Si no fue para evitar la foto de una pitada –en la que obviamente se mezclan muchas cosas–, peor. Porque va en el sueldo. Y el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, tiene ya varias dimisiones enconadas. Más que nada por ver si viene otro con mejor mano para asuntos delicados como los de los asuntos de Interior.
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