Manuel Campo Vidal
Por un alto el fuego en España, como en el Líbano
Las noticias diarias de los medios bien podrían agruparse en sólo cinco secciones y a correr: la primera, guerras; la segunda, inmigración: la tercera, vivienda; la cuarta, la antigua sección judicial que es más preciso denominarla ahora política, sin matices; y a la que hasta hace poco se conocía como crónica política, llamémosla directamente desinformación, a la vista del descaro con el que se publican bulos y falsedades.
Guerras de nunca acabar. La de Europa y la de Oriente Próximo. “La negociación debería producirse antes de que Kiev no tenga apenas capacidad para hacerlo”, advierte con razón el profesor Manuel Castells. Zelenski está exhausto y Putin también, hasta el punto de que pide auxilio a Corea del Norte. En la otra guerra, cree Biden y también el canciller Scholz que tras la muerte del lider de Hamas, Yahya Sinwar, es el momento del alto el fuego. Pero Netanyahu, como si no lo oyera.
Inmigración incontenible. La Unión Europea se meloniza porque a algunos países les pareció “una gran idea” la de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, de crear una “reserva india” de inmigrantes en Albania. Pero los jueces se la han echado atrás. Ella se revuelve. No hay salidas de momento. Y la realidad aprieta: lo que se llamaba antes el tercer mundo está en marcha camino del primero y trata de entrar por la puerta, por la ventana o por la alcantarilla. Irá a más porque la globalización ha empobrecido a unos, al tiempo que enriquecía a otros; y nadie quiere resignarse a vivir en la pobreza o la precariedad.
Vivienda y angustias. “Hace unos años, decíamos que los jóvenes no podían comprar una vivienda: denunciamos que ahora no la pueden ni alquilar”, afirma un líder juvenil espontáneo hastiado de la situación. Los partidos políticos de izquierda acudieron a la concurrida manifestación contra la falta de vivienda en Madrid, pero “para hacerse olvidar los errores cometidos”, ha escrito la politóloga Estefanía Molina. Hasta hubo conatos de abucheo al verlos por su incapacidad para resolver lo que prometieron acometer.
La situación es tan extrema que el mercado está dando la vuelta y cambiando la tipología de la oferta. “Tenemos un edificio de oficinas en el centro de Madrid que estamos transformando en viviendas”, asegura un propietario inmobiliario. Las sacarán al mercado con el precio del metro cuadrado triplicado.
Este no es un problema exclusivamente español, aunque ello no suponga consuelo. Es europeo, porque los procesos de deterioro han sido paralelos y la incapacidad de los gobiernos para darle respuesta, generalizada.
Seguimos: la antigua sección judicial se ha comido la crónica política. Hay una deriva judicial preocupante a hacer política sin disimulo: personajes investigados, o procesados, con gran ruido mediático que luego queda en nada; instrucciones de sumarios deliberadamente alargados para causar mayor desgaste; toma en consideración de denuncias anónimas publicadas en medios de comunicación que muchas veces ni eso son, pero que resultan válidos para poner en marcha los mecanismos de trituración de gobiernos, o de dirigentes concretos.
Y por último, lo que se llamaba antes crónica política que ya ha sido canibalizada desde el poder judicial y desde distintos medios de comunicación. Se nutre básicamente de desinformación. Si antes se advertía de la necesidad de detectar bulos y noticias falsas, ahora, para ahorrar tiempo, hay que centrarse en localizar si alguna información es veraz, porque no abundan. Ese es el deprimente panorama. O buscamos soluciones, o la calidad democrática será irrecuperable.
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