La ventana
Luis Carlos Peris
Abundando en el cambio horario
Antes que los árboles del parque sacudan de sus ramas la nostalgia para acoger con su sombra la primera cruz de guía, antes que la desnudez del invierno dé paso a la primera luz vibrante y colorida, antes que el aire regale el aroma de la primera campana anunciadora, antes, mucho antes, habitó la luz de la ilusión en el corazón del niño.
Cuando veamos en los patios de colegios las miradas encendidas y olvidar en los recreos el rodar de la pelota. En el mismo instante que los lápices imiten las baquetas de los tambores y el sonar de la lección se antoje ritmo de bambalinas, sabremos que la inquietud por lo esperado burlará la disciplina diaria y el meticuloso orden de las clases.
Cada niño sevillano vive también la llegada del misterio del amor en las aulas convertidas en improvisadas cofradías, y se transforman en pequeños artesanos para crear con sus manos la imagen del misterio que les será referente el resto de sus vidas para acercarles al cielo prometido. Estos predilectos del Señor se ceñirán un costal y faja de trapo para llevar en sus inocentes hombros el peso del sufrimiento de futuro adulto, y soñarán con ser poetas para romper la voz en desgarrados versos de imaginado dolor.
Antes de que el iluminado portón abra en la mañana de Ramos el misterio blanco de la Paz, veremos convertidos los pasillos de las escuelas, largos e interminables, en dignísima carrera oficial que engalana sus paredes de solemnidad y respeto.
Es la Victoria de lo simple sobre lo ornamental, de la inocencia y la ternura sobre la hipocresía y lo frívolo. Es la toma de conciencia de que lo que rezuma no es un juego imitado de los mayores, sino una mirada al interior de inmenso calado que nos enseña a los docentes a vincular lo que la ciencia oculta a lo humanístico y transcendental, y que lo que hay que enseñar de verdad es a perpetuar este rito anual de encuentro con la creatividad del alma.
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