Compañero del alma, compañero

04 de abril 2025 - 03:06

Se nos ha ido Francisco Baena Bocanegra, abogado penalista de reconocido prestigio, Medalla de Sevilla, poseedor de muy altas condecoraciones del Ministerio de Justicia y de la Abogacía española, toda una institución en la ciudad, rey Gaspar en la Cabalgata del Ateneo, como le gustaba recordar, y académico. Pero sobre todo, una magnífica persona que ha ejercido la abogacía con excelencia y maestría durante casi seis décadas.

Es de lamentar la pérdida de tan magnífico profesional de la defensa, garante de los derechos e intereses de los miles y miles de clientes que le confiaron su defensa y su libertad, sobre la que casi siempre hay que decidir en los procesos penales. Admiro a los abogados que intervienen en esa jurisdicción, pues valoran más que nadie la libertad.

Ello les obliga a entregarse al máximo para no defraudar la confianza y procurar que la sentencia definitiva se acerque lo más posible al valor absoluto que es la Justicia. Ese objetivo depende en buena medida de la intervención de los letrados, determinante muchas veces del sentido de la sentencia. Paco lo sabía bien.

Alta responsabilidad la de posibilitar a ultranza que los jueces nunca condenen a un inocente y que las sentencias sean proporcionadas, pues es muy grave imponer un solo día más de privación de libertad de lo que sea justo. Mi iniciación forense, hace ya casi nueve lustros, lo fue ante la Audiencia y compartiendo estrado con Paco Baena, defensor del otro acusado. Ya en aquel mi primer juicio aprendí mucho de él.

Su fallecimiento nos deja huérfanos de un magnífico compañero. Se vuelve a repetir la historia: sólo el hachazo fatal de la parca nos coloca ante la auténtica dimensión del amigo perdido, que entonces se nos muestra en plenitud. En el hueco de su ausencia se agolpan recuerdos, memoria y enseñanzas. Esta elegía es un grito de pena contenida.

Duele el alma al no poder darle un último abrazo al compañero, defensor infatigable de la Justicia, ejemplo de jovialidad perenne al paso de los años y amante convencido de la abogacía y la libertad, sus grandes devociones. Duele el corazón al despedir a un buen compañero.

Ha sido un honor haber sido durante veinticuatro años su decano, como me decía. En realidad siempre fue él mi decano en edad y sabiduría, como yo le replicaba.

Confío en la misericordia de Dios en ese último juicio, sin fiscal ni togas, que a buen seguro se habrá resuelto a su favor. Ya lo tenemos definitivamente allí, para que en su día argumente en nuestra defensa si fuese menester.

Emulando a Miguel Hernández, ahora más que nunca me encantaría poder decirle a Paco “que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”.

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