La ciudad sumergida

Paseantes por Asunción.
Paseantes por Asunción.

03 de octubre 2024 - 03:03

UN periódico, como la vida misma, es una trituradora de personas. En los veinte años que llevo dando teclazos en esta redacción de la calle Rioja he visto desfilar por estas páginas a centenares de plumas, algunas ya muertas, otras huidas. Pero lo curioso es que siempre tengo la sensación de ser un recién llegado. A mí el Diario de Sevilla me ha quitado mucho y me ha dado más. Me ha quitado atardeceres –por citar al gran Paco Correal–, horas de estar con la familia, fines de semana, sosiego... A cambio me ha dado una profesión y una nómina con la que alimentar a mi descendencia y, sobre todo, el privilegio de poder escribir con una absoluta libertad (también con responsabilidad) sobre los asuntos que he considerado pertinentes. Gracias a Diario de Sevilla, y especialmente a través de las entrevistas de El Rastro de la Fama, que nacieron de un encargo del entonces director José Antonio Carrizosa, he podido conocer una ciudad sumergida en la que habitan personas que nunca salen en los periódicos, pero cuyo minuto de conversación vale más que toda la quincalla declarativa con la que algunos nos bombardean, sin piedad alguna, diariamente. Cuando alguien me dice que Sevilla es una ciudad “casposa” –expresión especialmente odiosa y tramposa–, sin apenas nervio y con una población sumida en el tedio, le digo sencillamente que no tiene ni idea. Si algo me ha enseñado el trabajo en Diario de Sevilla es la inmensa riqueza humana de esta urbe, su indudable personalidad que va mucho más allá de los tópicos folclóricos; la gran cantidad de gente interesante y con cosas que decir que pululan a diario por las calles, que abrevan en sus bares, que laboran en sus fábricas, que oran en sus templos, que corren por sus parques. Otra gran enseñanza del Diario es que, contra lo que se suele pensar, Sevilla es un rompeolas de las Españas. En esta ciudad es raro hablar con alguien sin que, al rascar en su árbol genealógico, no salga inmediatamente la sangre forastera. Sevillanos de pura raza hay pocos, muy pocos. Todos tenemos algún cuarterón (o más) soriano, zamorano, cordobés, canario, vasco, montañés, gallego, jiennense, gaditano, onubense, mallorquín, extremeño... así hasta completar toda la gastada geografía de la Península Ibérica. Hoy, gracias a los avances de la arqueología, sabemos que a Sevilla nos la fundaron las proas fenicias hace poco menos de 3.000 años. Lo hicieron en un cabezo (más o menos lo que hoy es la Alfalfa y alrededores) a salvo de las crecidas de un Guadalquivir que por entonces pasaba por lo que hoy es la Alameda de Hércules. Gran parte de los terrenos que actualmente forman parte de la ciudad estaban sumergidos, lo cual no deja de ser un hermoso guiño de la historia a la gran mayoría del paisanaje de Sevilla, gentes anónimas que viven su vida sin ningún interés por el figureo, pero que saben que tienen en Diario de Sevilla a su periódico. El periódico que siempre hemos querido. 

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