El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
Hay muchos proverbios orientales que nos invitan a seguir los pasos del maestro, que sabe y conoce aquello que nosotros aún no hemos experimentado, por juventud o imposibilidad. Guiado inconscientemente por uno de ellos, oyendo la voz y el consejo de Fernando Briones, fiel administrador y consejero, dirigí mis pasos a la capilla del Patrocinio, donde me aguardaba una visión inédita, nunca antes vislumbrada por mis ojos. Allí, en medio de la antigua Cava de los gitanos, se disponía el protocolo de una ceremonia extraordinaria: en pleno mes de noviembre, tocaba subir a su palio a la Virgen del Patrocinio.
Lo que podía antojarse mera operación funcional, se transformó en rito. La Dolorosa, vestida de triunfo con su nueva saya dorada, parecía volcar su dolor en el anguloso rictus de su rostro. Envuelta en su blanco velo, como regia dama que en su mayoría de edad comienza a florecer, la encontramos, con la mirada más ausente que otras veces. Muy frescos sus recuerdos, y, quién sabe, sobre su primera piel de barro, sintiendo todavía las huellas del joven Luis, demiurgo de bellezas, resucitador de antiguas hermosuras, hacedor de maravillas sobre la madera blanda, sobre el mordiente óleo, sobre el cristal de unos ojos redivivos.
Allí estaba Patrocinio soberana, heredera de un pasado, trasladada del taller como hija de rey a la que no le corresponde reinar por ser muy joven todavía. En su mirada, la ilusión descubridora de los bordados de Olmo labrados para su predecesora. En sus manos, como pesando en el aire, la historia de siglos, la maternidad espiritual de los hijos del Cachorro. La llevaban sus mujeres, con pulso tembloroso, mientras otra mujer cantaba dos Avemarías decimonónicos, el de Schubert y el de Gounod. Y en el aire quedó la duda del tercer Avemaría. No pudimos escucharlo, porque estaba, labrado en miel y esmalte de tejares, en los labios del Cachorro.
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