
La ventana
Luis Carlos Peris
Recordando a la hormiga y a la cigarra
Hay carreras que traen de cabeza a más de uno. Que le hacen meditar, reflexionar, criticar solemnemente o defender con todos sus argumentos, las ideas que cree que son correctas y que pueden aportar a la Semana Santa lo que le viene faltando desde un tiempo para acá. Son las carreras de los licenciados, de los graduados, de los expertos que no han tenido oportunidad de sentarse en las aulas, pero que han acumulado a lo largo de su vida una experiencia para nada desdeñable.
Hay carreras que hacen peligrar la concordia de las corporaciones cofradieras. Las carreras oficiales, concretamente, que provocan una lucha por los minutos de paso, que desde siempre me llamó la atención, acostumbrado yo a la preciosa libertad de los cortejos científicos, en la que yo, como Lorca, bordé la bandera más hermosa de mi vida. Hay carreras proyectadas, carreras imposibles y carreras que son objeto de lucha por la compensación económica que conllevan. Porque, con dinero, hace uno cualquier carrera.
Existen también unas cadencias de tiempo, a las que las juntas de gobierno conservadoras llaman “andarse con carreras”, y no hacen nada, y por el contrario, otras que algunas directivas emprenden para terminar en cuatro años, los dos pasos, el cuerpo de insignias y el almacén de la priostía. Y curiosamente, las dos son carreras. Y luego está la carrera que toda hermandad debe emprender para conseguir lo que anhela, lo que sueña y lo que lleva mucho tiempo esperando. La carrera del Vía Crucis del Consejo presidido por el Santo Entierro, cuya hermandad no se anduvo con carreras, sino que hizo lo que consideró, se arriesgó y cumplió lo prometido.
Paso de todos los que juegan con esta decisión y la critican. Sus argumentos se han quedado enclenques ante el éxito. Que ladren, que cabalgamos. El Cristo Yacente también va donde Él quiere, cuando Él quiere y cuando Él quiere. Fermín, enhorabuena. Sigamos escribiendo la historia de las cofradías.
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