La ventana
Luis Carlos Peris
En la noche de todas las noches
Primero porque es el puesto de trabajo deseado por todo el que cree saber más de fútbol que el resto de los mortales, que los hay a manojitos en cada esquina. Qué equivocados están al creer que la labor de un director deportivo se limita a distinguir “el bueno del malo” en un partido. Segundo porque ya metidos en faena y después de meter el dedito en el caliche, cada casa es un mundo y en la del Sevilla, no ya la perlita, sino que el forjado es el que se cae a pedazos.
Víctor Orta, con su aspecto entre desaliñado y despistado y un cierto toque de empollón con dificultad para las habilidades sociales, ha firmado ya voleones importantes desde que llegó a Sevilla con la difícil tarea de suplir a Monchi. El primero, no esperar un mínimo tiempo de cortesía a un Mendilibar que si algo hizo fue ganarse un respeto. El segundo, apostar por un entrenador sin experiencia en Europa con el que charló un rato en una barbacoa y quizá el tercero tenga menos que ver con sus decisiones y más con el mensaje. A su predecesor –y jamás me hizo caso– siempre le aconsejé que diera menos explicaciones, por no decir ninguna, del rumbo que escogía cuando debía decidir entre A y B. El madrileño no ha llegado aún ni a un 5% del número de comparecencias ante la prensa que protagonizó el gaditano y ha caído no sólo en el mismo error sino que encima lo ha adornado con situaciones que se podía haber ahorrado porque son insignificantes y pueden acabar haciendo un daño gratuito y totalmente evitable, tipo el “asado” en casa de Rabajda o la serie relacionada con una estrella de la NBA que estaba viendo cuando le cayó en las manos el marrón Sergio Ramos. Porque al final ha salido decentemente, pero que entonces era un marrón...
No sé cómo lo ha hecho, pero sin un duro ha encendido un candil de ilusión con Saúl, ha colocado a dos rémoras como Rafa Mir y Gattoni y ha traído refuerzos que, antes de que ruede el balón, evocan a la mejor época de Monchi.
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