La ventana
Luis Carlos Peris
Abundando en el cambio horario
Difumina tu sombra el color de la noche y sientes rara tu pisada sobre el húmedo suelo. Estremece tu piel el frío y la dura soledad y el pensamiento enmudece ante la oración y el silencio.
Has cubierto con ruan desgastado tu intimidad profunda y acomodas la culpa y la mirada tras la coraza de tu antifaz. Atrapada tu alma por el miedo logras sostenerte ante el vértigo que produce la Verdad de frente. Tu realidad se deshace de camino al templo y recoges con asombro el polvo seco de tu propio yo.
La luz de la llama te acompaña atravesando el tiempo y la calle desfigurada y tenue.
Nada es como antes, ni tú ni la ciudad que se descubre inquieta, temerosa y alerta ante quienes alardean su ausencia del vínculo. Quieres no pensarlo, huir de lo que paraliza y avanzas para sumergirte en un mar de cera, en la seguridad del refugio de Su mirada rota, en el alivio que produce el bálsamo curativo del talón desgastado por los besos heridos.
El misterio del Verbo encarnado queda adherido a tu conciencia como el verso del poeta en el alma dolida, como la suave luz al alba que despierta, y tiendes tu mano hacia Él rogando que amaine el viento que desata la tormenta de tu vida. Recitas las plegarias de tu propio calvario y dejas en el agua de tus ojos reflejar la emoción de los mudos testigos de la Grandeza del Hombre, de aquellos que viven por primera vez el sueño de una Madrugada sin memoria.
El peso de la madera de Dios es el tuyo, pero tus manos no lo sostiene. En Él está el Poder de tu perdón, en Su paso deslizado la certeza de tu salvación, y queda prendida en el eco de cada saeta lejana tu esperanza de gloria eterna.
Y pasará el sueño, vivirás ignorando el llanto de tu alma y volverás a sentir la indolente angustia de la frágil fe. Añorarás la negra túnica y la tiniebla de la cera para ocultar tu debilidad de hombre y saldrás a buscarlo una nueva Madrugada para evitar el derrumbe de las ruinas de tu existencia.
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